Aunque Francisco tenga un mensaje apostólico centrado en la esperanza,
la fe y en Cristo, sus palabras tienen la dureza de un fuerte discurso
político. Sus primeros meses como Pontífice le permiten moverse en ese terreno
porque ha dado muestras de que no solo habla, sino que ha convertido a sus
palabras en acción. En especial en temas que han debilitado la moralidad de una
jerarquía eclesiástica que hizo poco para detener la corrupción, la pedofilia
y, en especial, la ostentación; una Iglesia que no practica lo que enseña.
Las palabras de Francisco, acompañadas por las reformas que instituyó
en el Vaticano, desde las más simples como despojarse de los lujos, hasta las
más complejas que derivaron en el procesamiento de obispos por lavado de
dinero, tienen la suficiente fuerza moral para ser escuchadas en el ámbito de
los políticos.
Los gritos por la igualdad, menos corrupción, más apoyo a programas
sociales fueron bien recibidas en Brasil, pero se espera a partir de hoy la
reacción de muchos políticos latinoamericanos, encabezados ahora por el
presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, quien lidera una cruzada por la
legalización de las drogas que habían empezado otros ex presidentes
latinoamericanos (el brasileño Henrique Cardoso, el colombiano César Gaviria y
los mexicanos Ernesto Zedillo y Vicente Fox).
Ayer en la ceremonia de inauguración de una sala para adictos al crack
en el hospital San Francisco de Asís de Río de Janeiro,
el papa Francisco se refirió a su oposición a la legalización: “No es la
liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes
de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la
dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están en la base de
su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores
que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza
en el futuro”.
Criticó a los “mercaderes de la muerte” en
referencia a los narcotraficantes y dijo que los jóvenes “sienten la sugestión
de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el
éxito, el dinero, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón
de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de
compensaciones, de estos ídolos pasajeros”.
Se espera que Francisco siga hablando de este
tema antes de despedirse el domingo de Brasil, aunque difícilmente su rechazo
implique que aporte otras soluciones políticas más allá de la recuperación
humana, física y social de los adictos. Tal vez el Papa no tenga alternativas
al fracaso de las estrategias de la represión policial y militar contra las
drogas que indujo en la agenda la legalización, pero solo bastan sus palabras
para entender que la legalización es solo otro manotazo de ahogado que hace
aguas por todos lados.