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diciembre 04, 2009

Calentamiento global en Copenhague

A juzgar por el calentamiento global, el verde ya no es el color de la esperanza, sino sinónimo de catástrofe. Si los humanos no revertimos pronto la forma de consumir, producir y relacionarnos con el medio ambiente, las consecuencias a mediano y largo plazo serán irreversibles.
Modificar esa conducta autodestructiva es el desafío que tienen gobiernos de países desarrollados y en desarrollo. Tendrán que alcanzar en Copenhague un compromiso concreto en la Cumbre Mundial sobre Cambio Climático de la ONU a partir del 7 de diciembre. Si no pactan reducir drásticamente las emisiones de dióxido de carbono, la temperatura seguirá aumentando y con ello, los problemas ecológicos, de salubridad y desarrollo.
Los países ricos tienen la mayor culpa. En el último siglo se aceleró un proceso biológico de millones de años del plantea, con la industrialización y el consumo de energías no renovables, responsables directos del calentamiento. Pero si el progreso atrajo perjuicios para todos, los países en desarrollo también tienen una cuota de responsabilidad. La deforestación que alcanza a 13 millones de hectáreas de bosques por año en el mundo, en zonas tan críticas como el Amazonas y la selva Maya, provocan asimismo gases de efecto invernadero.
Con el incumplimiento del Protocolo de Kioto que expira en el 2010, los ambientalistas están escépticos de que en Copenhague se pacte reducir las emisiones entre el 25 y el 40 por ciento para 2020, conscientes de que la recesión económica será la excusa sobre la mesa.
Sin embargo, esta semana, EE.UU. y China – los mayores contaminantes del planeta – anunciaron reducciones del 17 y 40 por ciento para el 2020, respectivamente, revirtiendo temores de que Barack Obama pudiera continuar políticas de su antecesor que antepuso intereses petrolíferos a Kioto, y que China si hiciera la distraída sin un paso firme estadounidense.
Los europeos, conscientes de su culpabilidad industrial aunque más verdes que nunca, presionan para que las reducciones se retrotraigan a niveles de 1990 y no a 2005 como proponen chinos y estadounidenses, y para que alcancen al 83 por ciento para el 2050, único atenuante para mitigar la suba de los océanos, entre otras catástrofes que sufriremos en este siglo.
Lo más importante es que los europeos piden que el acuerdo de Copenhague sea vinculante, obligatorio, y que los países ricos implementen un fondo de 50 mil millones de euros anuales para pagar la factura del calentamiento en países menos pudientes.
Centroamérica ya decidió pedir indemnizaciones, así como los presidentes Evo Morales y Rafael Correa, quienes responsabilizan a las multinacionales por explotaciones petroleras y mineras que dejaron tendales de comunidades enfermas y grandes extensiones de selvas contaminadas e irrecuperables.
El caso de Guatemala es patético, es el país más afectado del continente, aunque solo produce el 1 por ciento de emisiones. Las sequías recientes que arrojaron a cientos de comunidades al hambre y la malnutrición, así como la proliferación de bacterias que produjo la subida de temperatura de 2 grados Celsius del lago de Atitlán entre 1968 y 2009, del que depende el abastecimiento de cientos de miles de personas, son los efectos más notables del cambio climático.
La ecología no es un problema verde, sino multicolor. De ella dependen todas las actividades humanas. En México, por ejemplo, cada año se pierde entre el 8.8 y el 10 por ciento del Producto Interno Bruto por degradación del ambiente; mientras en todos los países latinoamericanos los hospitales públicos tienen que lidiar con nuevas enfermedades respiratorias e infecciosas atraídas o agravadas por el cambio climático.
La escasez de paliativos locales también es parte del problema. En Guatemala la tala indiscriminada de bosques es equivalente a 200 canchas de fútbol al día, mientras en el Congreso penden de aprobación 14 leyes de medio ambiente y en la justicia sólo prosperaron 2 por ciento de los 590 delitos denunciados por el ministerio de Recursos Naturales, dejando al país en un virtual clima de “impunidad ambiental”.
Así sea reduciendo gases, otorgando indemnizaciones, desarrollando tecnologías y energías alternativas, lo importante de Copenhague es que gobiernos ricos o pobres, democracias o dictaduras, todos asuman responsabilidades obligatorias para dejar de hipotecar el futuro y que el verde vuelva a retomar su tono esperanza.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...