Hay algo que me llamó mucho la atención en estos días. Diego Maradona fue contratado esta semana por el equipo Al Wasl de los Emiratos Árabes Unidos. Cuando llegó a Dubai, desde Chechenia y tras firmar un contrato millonario por dos años, no pudo dejar de asombrarse por su próximo país de residencia. Quedó atónito, maravillado, encandilado, reconociendo el avance de estos reinos árabes que han sido construidos desde la nada, desde las arenas del desierto, gracias al dinero del petróleo y al gran sentido de planificación.
La planificación ha hecho que se conviertan en verdaderos oasis, en países desarrollados. Para ello invirtieron en arquitectura, urbanización, ingeniería, en mega construcciones e infraestructura de comunicación, tanto física como virtual. También atrajeron filiales de las mejores universidades del mundo occidental, desde la estadounidense Northwestern hasta la inglesa Oxford, para que sus nativos puedan estudiar y desarrollarse. También invirtieron en cultura, atrayendo filiales de grandes museos, como el francés Louvre y el Guggenheim. Los hospitales son de primera. Las escuelas también.
Pienso en toda esa plata bien invertida. Todos esos recursos para que los ciudadanos vivan mejor y sean mejores a futuro. Y vuelvo de nuevo a Maradona, un gran defensor de causas perdidas, como el caso de la Cuba de los Castro y la Venezuela de Hugo Chávez. Y pienso sino sería bueno que Maradona lo visite a Chávez antes de regresar a Argentina. Que le cuente todo lo que podría hacer con semejantes ingresos del petróleo; y que le sea sincero, que le diga cuán importante es vivir en un país desarrollado. Que se anime a decirle a Chávez que su gran desgracia es que no sabe administrar los incalculables ingresos del petróleo; que lo único que sabe hacer es administrar la pobreza, pero que el verdadero desafío es administrar la riqueza, sin despilfarrarla.
Me dirán que Maradona no es quien para dar consejos porque él también se ha dedicado al despilfarro. Pero hay una gran diferencia. La plata de Maradona es de él; la de Chávez, en cambio, le pertenece a cada venezolano. Maradona no roba, Chávez sí.