Si el peregrinaje del papa
Francisco a tres de los países más inequitativos de América Latina levantó
polvaredas, su próxima visita en setiembre a EEUU y Cuba será para alquilar balcones.
Necesitará de toda su pericia
para lidiar con dos de los países más disímiles de la Tierra. Cosechará halagos
por haber sido el artífice de las reinstauradas relaciones diplomáticas que
terminaron de sellar Barack Obama y Raúl Castro, pero también vendrá por otros
temas sociales y pastorales, y por varias ovejas descarriadas.
Por un lado tendrá a la rica
superpotencia, abanderada de las libertades individuales, pero a cuyo sistema
capitalista cuestiona y considera que “no aguanta más” por anteponer el servilismo
del dinero a los valores morales. Por el otro, tendrá a uno de los estados más
pobres del planeta, comunista y marcadamente represor, que todavía entiende a
la religión “como el opio del pueblo”.
A juzgar por sus enseñanzas
en Ecuador, Bolivia y Paraguay, Francisco tendrá dificultades en Cuba para
hablar de “tierra, techo y trabajo”, tres derechos que Fidel y Castro nunca han
considerado dignos del ser humano o regalos de Dios, sino privilegios que
otorga el Estado. Y aunque las autoridades le mostrarán sus logros en salud,
educación, deportes, y cierta apertura económica, Francisco apuntará a una Cuba
libre, donde no debería haber restricciones políticas y se goce de libertad de
culto.
A EEUU llegará en un
ambiente polarizado, donde las dos fuerzas políticas, demócrata y republicanas,
se juegan el puesto de Obama. Así como sucedió en su viaje a América Latina,
los políticos serán selectivos en aprovechar las declaraciones que más les
gusten de Francisco y descartarán el resto. La demócrata Hillary Clinton ya se
prodiga en elogios a Francisco desde que reclamó que las mujeres deben recibir
el mismo salario que los hombres. Y los republicanos querrán mostrar que cinco
de sus nominados son católicos, entre ellos, Jeb Bush y Marco Rubio, aunque no
comulguen al pie de la letra con el dogma de la Iglesia.
En lo económico y social,
Francisco se siente más cómodo del lado de Obama, porque las políticas demócratas
están más a favor de los inmigrantes, del medioambiente y de una economía más
regulada e igualitaria.
Pero esas posiciones más
progresistas de los demócratas también conllevan posiciones antagónicas con la
Iglesia. Favorecen, a diferencia de los republicanos, el aborto legal y el
matrimonio entre personas del mismo sexo.
La posición más conservadora
de los republicanos tampoco es un cheque en blanco a favor de Francisco. No
creen que el calentamiento global sea todo atribuible al hombre y prefieren
mantener a las armas nucleares como disuasivos para la paz.
Dentro de todo el intríngulis
político, los católicos estadounidenses tampoco comparten todas las enseñanzas
de la Iglesia. Se trata de una fuerza más tolerante y empoderada por la nueva
visión de Francisco, quien ha demostrado mayor tolerancia sobre los derechos de
los homosexuales – “quien soy yo para juzgarlos” – los derechos de los
divorciados a recibir la Comunión y no es tan rígido en debates sobre si los
políticos católicos abiertamente pro aborto deben ser excluidos o sobre el
celibato y la mayor participación de la mujer en asuntos religiosos.
Francisco tiene mucha
claridad sobre conflictos políticos y no le resultará difícil buscar consensos
en temas escabrosos, pese a las luchas intestinas entre demócratas y
republicanos sobre medioambiente, inmigración, armas y economía. Aunque si bien
Francisco se enfocará en recalcar la necesidad del diálogo para dirimir
diferencias, y demostrará sus jalones por el nuevo acuerdo con Cuba - así como
el que promovió entre Bolivia y Chile o entre palestinos e israelíes, a cuyos
líderes invitó a rezar juntos en el Vaticano – los republicanos sostendrán que el
gobierno de los hermanos Castro no es digno de pactos o que se le retire el
embargo hasta que deje de violar los derechos humanos.
A poco menos de dos meses de su visita, y aunque se entiende que tiene posiciones pastorales más progresistas que Benedicto VI y Juan Pablo II, el poder de Francisco radica en la incertidumbre de lo que dirá y hará sobre dos sistemas políticos y económicos diametralmente opuestos: comunismo y capitalismo.
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