Corría 1994. La Sociedad
Interamericana de Prensa creaba la Declaración de Chapultepec para defender y
promover la libertad de prensa como esencia de la democracia, mientras la ciclotímica
América Latina se sacudía crisis y buscaba consolidar procesos democráticos.
Hace 20 años los temas eran
diferentes, pero los problemas similares. Corrupción, inseguridad, inflación, debilidad
institucional, censura de prensa, pobreza, desigualdad y autoritarismo reaparecían
sin evolución ni aprendizajes. Desde el Vaticano, Juan Pablo II reaccionaba a
Latinoamérica prohibiendo a sacerdotes militancia política y sindical. En
México no se hablaba de narcotráfico, sino del nuevo movimiento zapatista. En
Venezuela, asumía Rafael Caldera, indultando semanas después a Hugo Chávez,
preso desde su intento de golpe de Estado en 1992. En Argentina morían 84
personas en el atentado contra la AMIA, se reformaba la Constitución y Maradona
era expulsado por dopaje del Mundial de EE.UU.
Hace 20 años el internet era
incipiente y desconocido. Los mensajes más vanguardistas eran por fax. En Colombia
se inauguraba la telefonía móvil y los medios tradicionales no tenían idea que al
final de la década tendrían que emigrar a espacios digitales para sobrevivir y
mantener audiencias. Edward Snowden y Julian Assange, si acaso, eran ciencia
ficción.
En 1994, mientras Nelson
Mandela ganaba las elecciones en Sudáfrica poniendo fin al apartheid, en el
Castillo de Chapultepec de la ciudad de México, un grupo de visionarios, entre
ex presidentes democráticos, líderes mundiales, premios Nobel y periodistas,
redactaban una escueta declaración de principios que serviría para crear
cultura sobre libertad de expresión.
El clima actual de libertad
de prensa no es mejor que hace 20 años; hasta se retrocedió. Lo prueban el
cierre de medios y persecución de periodistas en Venezuela; la censura
legalizada en Ecuador; la propaganda gubernamental en Argentina; la matanza de
periodistas en México, Brasil y Honduras; la continua falta de libertad en Cuba
y la invasión del gobierno de EE.UU. en la privacidad de la gente.
Pese a ello, el público, tal
vez sin saber por qué, tiene mayor conciencia sobre que para vivir en
democracia, es indispensable que se reconozca con acciones concretas el derecho
a la información, en lugar de figurar en lindas frases constitucionales y
tratados internacionales. Esa mayor conciencia fue fraguada por debates
públicos, participación en las redes sociales y más acceso a decisiones de los
gobiernos, que se vieron presionados a rendir cuentas.
La Declaración de
Chapultepec contribuyó a esa saludable cultura de mayor apertura gubernamental.
Sirvió para medir sistemáticamente el nivel de libertad de prensa en una
sociedad y, también, para impulsar medidas concretas que favorecieron la
práctica del Periodismo ante gobiernos intolerantes y para crear más garantías
y respeto a los derechos del público a la información y expresión.
El logro mayor en estas dos
décadas de la Declaración fue haber impulsado la tendencia de leyes de acceso a
la información pública, que empezó con México en 2001 y prosiguió hace días con
la Ley de Transparencia en Colombia, después de insertarse en más de una docena
de países latinoamericanos. Si bien estas leyes – todavía inexistentes en
Venezuela, Paraguay, Costa Rica y Argentina, entre otros países - no derrotaron el secretismo de Estado
existente, ayudaron a crear cultura sobre la necesidad de contar con gobiernos más
abiertos y trasparentes.
La eliminación del delito de
desacato - que las autoridades permitan la crítica sin represalias - fue otro
paso positivo en pos de gobiernos menos autoritarios. La excepción son Ecuador
y Venezuela, donde por una ley y una reforma al Código Penal, respectivamente, se
activaron mayores protecciones para los gobernantes, como si fueran monarquías
del Siglo 14.
En materia de libertad de información los desafíos son muchos y constantes, especialmente por esa característica latinoamericana a la ciclotimia, de volver a los errores de siempre. Por eso es válida la celebración de la Declaración de Chapultepec que, aunque un poco imperceptible a la vista del ciudadano común, ha sido en estos 20 años, una usina importante para generar energía y cultura a favor de las libertades de prensa y expresión.
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