A pesar de una férrea censura y bloqueo contra la prensa, el gobierno de Irán no pudo impedir que miles de ciudadanos, fortalecidos por las nuevas tecnologías de la comunicación, generaran una ola de e-mails, mensajes de texto, fotos y videos aficionados para denunciar ante el mundo un proceso electoral manchado de fraude y sangre.
El internet, las redes sociales y la telefonía móvil, desde su uso en Teherán, demuestran que su fortaleza es crear opinión, contagiar y sumar objetivos en comunidades virtuales sobre situaciones políticas difíciles.
Pero aunque Facebook, Twitter, YouTube y los blogs permitieron sustituir a los medios tradicionales cuando el régimen de los Ayatolas decidió “apagarlos”, la verdad es que toda la inmensa capacidad de información del ciberespacio no puede suplantar la capacidad de los periodistas profesionales para interpretar, investigar, cuestionar y contextualizar procesos tan complejos como el iraní.
Esta experiencia en Persia demuestra que ambas formas de comunicación, la individual-cibernética y la social-mediática, no son excluyentes, sino cada vez más complementarias. De ahí que la censura iraní inteligentemente se enfoque contra las dos al mismo tiempo, sin distinción. A los periodistas de las agencias internacionales los expulsa, no les renueva sus visas, les impide salir de sus oficinas y sólo cubrir las marchas progubernamentales. A los particulares, les corta señales de telefonía celular, prohíbe mensajes de texto, piratea y filtra el contenido de páginas de internet, mientras disminuye la capacidad de banda ancha para que no puedan trasmitir fotos y videos.
La diferencia entre ambas formas de comunicación, es que la individual-cibernética es más hábil para burlar la censura, siendo imposible controlar todo su contenido. A pesar del rigor gubernamental, los iraníes que apoyan al candidato opositor y reclamante Mir Hosein Musav tras las elecciones del 12 de junio, usaron y utilizan servidores en el extranjero para evadir controles locales y mensajes por twitter para difundir textos e imágenes.
Pero estas maniobras en el ciberespacio para burlar a un régimen y generar un resquicio de libertad, provoca polémicas. Se corre el riesgo, por ejemplo, de justificar la piratería y los ataques cibernéticos en contra del gobierno iraní y la página web del propio presidente autocrático Mahmud Ahmadineyad, acusado de perpetuarse con votos fraudulentos. Entonces, valen las preguntas: ¿Hay una censura mala y otra buena? ¿Se puede justificar el espionaje cibernético para atacar a los “malos”, pero criticarlo cuando es en contra de los “buenos”? Y, por otra parte, ¿cuán responsables son Google, Microsoft y Yahoo por proveer herramientas a gobiernos despóticos con los que censuran el internet?
Estas preguntas, claro está, no excusan a un régimen opresor como el iraní que castiga y encarcela a periodistas, blogueros y disidentes por igual, que amenaza con aplicar pena de muerte a quienes provoquen disturbios o denuncia a otros gobiernos por permanentes conspiraciones desestabilizadoras.
La crisis política iraní nos enseña cuanto recelo guardan los gobiernos autocráticos contra la libertad de información y cómo se desquician para censurar y controlar. Un ejemplo similar al de Irán es Cuba. El régimen de los hermanos Castro no solo mantiene presos a periodistas y disidentes que opinen diferente al gobierno o prohíbe a reporteros independientes y extranjeros su libre movilización por el país; sino, que además, practica una aguda cibercensura contra la telefonía celular y el acceso a internet, aspecto que le valió la peor calificación de la organización Freedom House en su informe de abril. El gobierno cubano, según ese análisis, es el mayor censor del mundo, comparándolo a China, Túnez e Irán, donde también se prohíbe, bloquea y filtra todo tipo de mensajes.
Dos enseñanzas optimistas emergen de esta experiencia de censura informativa: Primero, que las nuevas formas de comunicación ciudadanas son eficientes para penetrar y derruir sistemas cerrados; y si bien los avances tecnológicos pueden también ser diseñados para ejercer controles, por su masividad, anonimidad y velocidad, no podrán a la larga, generar otra cosa más que espacios de libertad. Segundo, teniendo en cuenta que una sustantiva cantidad de mensajes a veces no implica mejor calidad en la comunicación sino mayor caos informativo, se hace cada vez más necesario contar con medios tradicionales y periodistas profesionales que nos digieran y “traduzcan” la realidad.
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