Cristina de Kirchner no se pareció tanto a una estadista como sí a una líder esquizofrénica. Un día después de que sus funcionarios pidieron a las compañías privadas argentinas boicotear productos ingleses y que en Tierra del Fuego el gobierno provincial no dejó atracar a dos buques cruceros en el puerto de Usuahía, la presidenta ofreció desde el Congreso abrir tres vuelos semanales desde Buenos Aires a las Islas Malvinas.
El ofrecimiento pareció desbaratado. Los isleños temían todo lo contrario. Temían que el gobierno argentino hubiera cumplido su amenaza de no permitir que la aerolínea de Chile pudiera usar el espacio aéreo argentino para sus dos viajes semanales entre la ciudad chilena de Punta Arenas y las Islas. En cambio, dijo que los vuelos debían ser de Aerolíneas Argentinas y desde su territorio.
Todos esperaban que Cristina anunciara una agudización del boicot, incentivada por el apoyo de otros gobiernos sudamericanos que no permiten que barcos de bandera malvinense se abastezcan en sus puertos; y por el apoyo conseguido entre varios países en la ONU que piden a Gran Bretaña que se siente en la mesa de negociaciones y el que también ofrecieron músicos ingleses que por estos días están en Argentina de concierto en concierto.
Probablemente haya motivos más de fondo y Cristina haya recibido algunas señales como para hacer este anuncio que poco tiene de sentido común en una política de presión económica. A no ser, que una vez logrado los vuelos y la aerolínea chilena sea desbancada, Cristina se sentiría con el sartén por el mango. Esta posibilidad es la que advirtió el gobierno isleño, por lo que la rechazaron de cuajo.