Fue desilusionante el paso de la presidente Dilma Rousseff por Cuba este principio de semana. Cumplió con los temas económicos y con la visualización continental de que Brasil es ya una potencia mundial, pero desilusionó por no denunciar los atropellos a los derechos humanos y no reunirse con los disidentes y las Damas de Blanco. Es obvio que Brasil no es ni puede asumirse como líder.
La casualidad de las visitas de los presidentes brasileños a Cuba y su silencio es sorprendente. La presidente Rousseff visitó la isla días después que las autoridades dejaron morir a Wilman Villar Mendoza tras una huelga de hambre en la cárcel con la que protestaba contra los abusos a los derechos humanos. Mientras que el ex presidente Inácio Lula da Silva estuvo en Cuba cuando moría en las mismas circunstancias que Villar Mendoza, Orlando Zapata Tamayo.
Esta vez Rousseff prefirió callarse sobre el tema de los derechos humanos, los disidentes y presos políticos presos y la represión generalizada. Prefirió tirarles una chirola a sus críticos, otorgándole visa de entrada a su país a la bloguera Yoani Sánchez, quien ahora deberá recibir el permiso de salida que dudo los hermanos Castro se lo den.
Rousseff hubiera podido evitar esta irresponsabilidad si todos los acuerdos económicos los realizaba a distancia. Pero haber ido a Cuba y no solicitar una reunión siquiera con la disidencia, quedará marcado como una de las vergüenzas de su gobierno.