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septiembre 14, 2014

Mensajes en setiembre 11

Desde hace 13 años, el 11 de setiembre en Estados Unidos es día de reflexión y de mensajes importantes. Este pasado jueves no fue la excepción. En la víspera, el presidente Barack Obama delineó una nueva estrategia anti terrorista.

Esta vez no fue contra el grupo que se adjudicó en atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington en 2001, sino contra el Estado Islámico (EI). Una escisión de aquella al-Qaeda, otra falange terrorista que ganó espacios en Irak y en Siria, pero que se hizo más conocida por su auto propaganda en YouTube, después de mostrar en vivo la decapitación de dos periodistas estadounidenses, James Foley y Stephen Sotlof.

Ese mensaje propagandístico fue el punto de quiebre que animó a Obama a lanzarse de nuevo en una acción militar en Medio Oriente, cuando todo parecía superado desde el retiro de las tropas de Irak y Afganistán. Es que después del degüelle público de los periodistas y de otros videos en que el líder de los yihadistas insistía en acabar con EEUU, el porcentaje de estadounidenses que favorece el bombardeo contra los terroristas en Siria e Irak, creció del 54 al 71 por ciento.

Esta vez, Obama tenía todo a su favor para ser convincente, no como hace un año, en el anterior 11 de setiembre, cuando debió desistir de atacar a Siria y contentarse que el presidente Bachar el Asad pusiera su arsenal químico bajo control de la comunidad internacional. Obama, entonces, no tenía plafond político; ni siquiera pudo aprovechar que la oposición republicana le exigía acción.

En el mundo de la política todo es muy difícil. Los republicanos que lo calificaron de timorato por no haber intervenido en Siria un año atrás, acusándolo de haber permitido que los terroristas musulmanes se fortalecieran y sean la amenaza que representan hoy, son quienes ahora imponen restricciones desde el Congreso, presupuesto reducido y exigen permisos para actuar.

Atento a las críticas que le lloverían por contradecir su política antibelicista que fue caballito de batalla en sus dos elecciones, el contexto permitió a Obama sentirse justificado y empujado a esta nueva aventura bélica. Sin embargo, hizo lo imposible para mostrarse coherente con su política y prudente con su decisión.

Anunció que ningún soldado estadounidense estará en el frente de batalla. Habló de respaldo humanitario y técnico, inteligencia, entrenamiento de rebeldes sirios y de apoyar a un nuevo gobierno iraquí, al que le reclamó mayor pluralidad e inclusión étnica. Se diferenció de su antecesor, George W. Bush, que abrió dos guerras en forma unilateral. Habló de liderar una coalición compuesta mayoritariamente por países árabes, asemejándose más a la estrategia que tuvo Bush padre durante la Guerra del Golfo en 1990.

En realidad, todos estos mensajes terminan perfilándose según el contexto, limitados tanto por las percepciones de la opinión pública, el clima electoral del momento como por la prédica de los medios. Es tal la influencia de los mensajes en la preparación de la guerra, que el canciller John Kerry, de visita en estos días por los países árabes, no solo trató de consolidar la coalición prometida por Obama, sino de convencer a las agencias de noticias, como la catarí Al Jazeera y la saudí Al Arayiba, para que eduquen a la gente sobre los terroristas, con el objetivo de que sus gobiernos tengan mayor margen de maniobra.

La tarea no es fácil, muchos gobiernos árabes justifican las acciones de grupos terroristas y los yihadistas son un grupo entre muchos, con gran influencia en la región. Y por más que se consolide la coalición para “degradar y destruir” para que los terroristas no puedan asumirse como Estado, como planteó Obama, el EI quedará como una amenaza constante y latente.

El mayor temor para EEUU no lo representan los 30 mil combatientes, sino, entre ellos, miles de extranjeros y una decena de estadounidenses que podrían entrar sin visa e inadvertidos al país para cometer actos terroristas.

Es por eso que el alcalde de Nueva York, Bill di Blasio, cuando inauguró este jueves el Museo Nacional 11 de setiembre donde cayeron las torres, prefirió un mensaje mesurado para evitar que el optimismo permita bajar la guardia: “Debemos seguir vigilantes para prevenir un ataque futuro”. trottiart@gmail.com

septiembre 02, 2014

Periodistas degollados, allá y acá

El brutal asesinato del reportero estadounidense James Foley, decapitado por sus captores del grupo terrorista Estado Islámico, puso en evidencia el peligro al que se enfrentan los periodistas en zonas de alto riesgo.

Pero no hace falta ir a Siria para ver esta barbarie. En México, Honduras, Colombia, Guatemala y Venezuela fueron asesinados una decena de periodistas este año, más de 500 en las últimas dos décadas.

En Medio Oriente y en América Latina existen diferencias sobre el tipo del peligro al que se enfrenta la prensa. En esta región, los periodistas son asesinados por destapar asuntos del narcotráfico y actos corruptos, tanto públicos como privados; y muchos, como en México, también mueren degollados.

Las bandas de narcotraficantes no tienen clemencia, decapitan para enviar fuertes mensajes a la prensa y a la sociedad. La inacción del Estado, a veces en contubernio con los narcos, hace que medios y periodistas terminen autocensurándose, desnaturalizando su función.  


Siria - donde más de 39 periodistas permanecen secuestrados, entre ellos un colega de Miami, Steven Sotloff, a quien los yihadistas también han amenazado con ajusticiarlo – mostró mucho más que el degüelle público y atroz de un periodista o la polémica sobre si EEUU debería pagar rescates por ciudadanos secuestrados por el mundo.

 

El gobierno difícilmente hace concesiones ante los terroristas. No paga rescates, como los 135 millones de dólares que los terroristas pidieron a la familia Foley. En eso se diferencia de los países europeos que pagan pese a que a principios de año firmaron una resolución en Naciones Unidas para no seguir alimentando a los terroristas.

 

La decapitación de Foley dejó al descubierto que el gobierno de Barack Obama está lejos de haber ganado la guerra contra el terrorismo como había anunciado en su discurso ante el Congreso, luego de que un comando matara a Osama bin Laden en Pakistán años atrás. Al Qaeda quedó diezmado, pero la nueva escisión de aquel grupo, el Estado Islámico, se ha convertido en una amenaza latente.

 

Obama había retirado las tropas de Irak tras la invasión encomendada por George W. Bush y hace poco había prometido que EEUU no se involucraría en Siria. Todo aquello terminó, fueron promesas electorales. Ahora Obama, ante la nueva perspectiva que abrió el caso Foley, está buscando aliados europeos y árabes para bombardear a los yihadistas, y acabar a quienes encarnan el “cáncer que se debe extirpar”.

 

El impacto del caso Foley en la opinión pública - así como el Daniel Pearl, un periodista del Wall Street Journal que fue decapitado en 2002 en Pakistán - le permite al gobierno de Obama concentrar de nuevo la atención en el terrorismo y justificar acciones que no hubiera podido tomar en situaciones normales.

 

Al igual que en la época de Jimmy Carter cuando un comando militar fracasó en el rescate de los rehenes del gobierno iraní, EEUU falló de nuevo en liberar a Foley y otros colegas. El episodio legitima a Obama para continuar los bombardeos contra los extremistas que están masacrando a grupos cristianos en Irak y para actuar en contra de los terroristas en Siria. Para muchos no es más que un dilema o la excusa perfecta para abrir dos nuevos frentes de guerra.

 

Regresando a América Latina, los periodistas asesinados no logran la atención que tuvo el caso de Foley por dos razones: Primero, porque los países latinoamericanos no hacen mucho para realzar los casos de sus ciudadanos o prefieren minimizarlos para evitar que quede al descubierto la ineficiencia policial/judicial. Segundo, porque para EEUU el tema del narcotráfico es un problema social, de salud y económico, controlable si se quiere, pero que no representa una amenaza a su sistema político, como sí lo es el terrorismo organizado.

 

Sería importante que más allá de cómo EEUU quiera neutralizar al terrorismo, adopte medidas más proactivas para defender a los periodistas en zonas de riesgo, estén donde estuvieren. La ley Daniel Pearl de Libertad de Prensa que permite condicionar la ayuda económica a países en donde los periodistas son asesinados, podría ser un arma importante para imponer sanciones a los gobiernos latinoamericanos que poco hacen para defender a los periodistas, muchos de los cuales mueren degollados a manos del narcotráfico. 

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...