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enero 24, 2009

Un nuevo liderazgo

El mundo está sediento y hambriento por tener un líder. Una persona carismática, con visión, capaz de inspirar una transformación y con objetivos destinados a conseguir paz, desarrollo y bien común. Es difícil encontrar personas con todos esos atributos. Piense en alguien. Quizás su memoria reviva personajes desaparecidos, siempre ligados a lo espiritual y la no violencia, como Juan Pablo II, Ghandi, Madre Teresa o Martin Luther King. ¿Pero en el presente…?

En este mundo tan dividido por intereses económicos, territoriales y religiosos, no es fácil que un líder satisfaga por igual a tantas culturas, credos y razas. Sin embargo, por esas ansias de buscar un líder, muchos creen ver en Barack Obama las condiciones necesarias para llenar ese vacío. Tanto en la campaña electoral como en el período de transición, Obama demostró cualidades de buen dirigente: sentido de estrategia, excelente comunicación, aplomo y energía, integridad y capacidad para influenciar a otros.

La percepción positiva del público lo respalda. Según un sondeo antes de Navidad, ocho de cada 10 estadounidenses piensa que Obama inspira, que alcanzará sus metas y será un líder enérgico. Sin embargo, lo importante no es la credibilidad interna lo que realza su figura, sino la confianza a nivel internacional. Muchos pronostican que el nuevo presidente logrará provocar una mejor percepción del país con su estilo diplomático, dando prioridad a políticas persuasivas por sobre estrategias militares.

Existe una expectativa muy grande sobre los cambios y su estilo. Su imagen positiva, agigantada por la prensa, fue potenciada por el contraste con George Bush, a quien el 75% de los estadounidenses también desearía asestarle un zapatazo. La pasión que Obama despertó en distintos rincones del planeta no se debió solo a sus cualidades innatas, sino que al reclamar cambios y desafiar el status quo de Washington, capitalizó simpatías por encarnar sentimientos anti estadounidenses, que suelen ser azuzados por gobiernos extranjeros que ven arrogancia en EE.UU. cuando trata de imponer democracia, en vez de solo promoverla.

Todo ello sumado a las características híbridas de Obama, reflejadas por su raza, su orfandad, sus vivencias en distintas creencias y países. Esas particularidades le han valido convertirse en símbolo y aspiración de minorías postergadas en el mundo que ahora se sienten representadas, como alguna vez creyeron estarlo en Brasil o Polonia con la elección de un sindicalista, en Bolivia o Perú con un indígena o en Argentina o Chile con una mujer.

Aunque las urgencias le demanden dedicarse a cumplir promesas económicas como rescatar la confianza y crear empleos, la expectativa por su liderazgo más humano será alcanzada según consiga restaurar los derechos civiles. Cerrar Guantánamo y sus prácticas, limitar la invasiva Ley Patriótica, retirar soldados, blanquear a millones de indocumentados y aportar ayuda financiera y humanitaria a países en desarrollo, será la vara de medición a la que deberá atenerse.

Su buena estrella es probable que empiece a perder luminosidad a medida que vaya impartiendo órdenes ejecutivas que no siempre serán populares o las más adecuadas en el extranjero, ya que como Presidente – además de emérito profesor constitucionalista – sabe que su mandato constitucional es defender a toda costa los intereses nacionales estén donde estuvieren. Terminar la guerra en Irak será popular, aumentarla en Afganistán no y empezar en otro lado, peor aún. Todo esto sin contar desafíos previsibles y sorpresivos a nivel interno en los que se jugará su fama cada vez: ataques terroristas, deflación, desempleo, mayor déficit y estímulos billonarios insuficientes.

Obama sabe que nadie se conformará con un buen gerente o administrador, porque se busca un líder y se espera que actúe en consecuencia. Es consciente de la mayúscula expectación que generó, por eso el 4 de noviembre al celebrar la victoria, habló de un “nuevo amanecer” del país, no sustentado en el poderío o la riqueza, sino en los valores: “democracia, libertad y esperanza”.

Años atrás cuando ni soñaba con la Casa Blanca, el entonces senador, al iniciar el ciclo lectivo en una universidad de Virginia, desafió a los estudiantes de cara al futuro: “¿Cuál será tu lugar en la historia?”. A partir de ahora, él mismo deberá construir la respuesta.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...