La edición francesa de la revista Vogue se equivocó al publicar un suplemento de 15 páginas mostrando como modelos a tres niñas de entre 5 y 7 años, en poses algo provocativas. El incidente generó dos cosas, la salida de su editora jefa, Carine Roitfeld y que la edición se agotara rápidamente.
Más allá de estas dos consecuencias, la primera esperada y la segunda escandalosa, la decisión de Vogue de buscar el éxito cuantitativo o la sorpresa de mercadotecnia, no es más que una grave transgresión de las normas éticas del periodismo, que indican límites y responsabilidades en el uso de fotografías de niños y menores.
Se trata de una mala decisión, de mal gusto, un abuso de privilegios en el arte de publicar, que debe ser condenada por el posible riesgo de incentivar conductas inhumanas y morbosas contra los menores que están más arraigadas de lo que creíamos en nuestra sociedad. De ahí que cada vez nos enteremos más, y que pareciera común, el desmantelamiento de bandas dedicadas a la pornografía infantil a través del internet y al comercio sexual infantil.
Por lo general, la decisión de publicar este tipo de materiales suele tomarse después de discusiones profundas y tras un proceso de reflexión, situación que parece no haber existido en Vogue. Y si lo hubo, no solo la editora jefa debería quedar en la calle.