Primero lo primero: Nicolás Maduro debería llamar a
elecciones, libres claro. Pero como no lo hará, debería ir a Cuba como excusa y desde allá, arropado
en su victimización y martirologio, renunciar por email, como por fax lo hizo Alberto
Fujimori desde Japón. Sería la salida más airosa posible para evitar el embate
del presidente autoproclamado, Juan Guaidó que, apoyado por el Grupo de Lima,
EE.UU. y gran parte de la comunidad internacional democrática, están ofreciendo
una amnistía a los militares y exigiendo elecciones libres lo antes posible,
como ahora piden España, Francia y Alemania.
Dejando los sueños de
lado: Estoy harto hasta
la coronilla de la hipócrita victimización de Nicolás Maduro y del chavismo y
la izquierda internacional de que la “actual democracia venezolana” es víctima
de una gran conspiración internacional comandada por el “imperio” y sus
acólitos, cuya única intención es desestabilizar a la “república” bolivariana
mediante un golpe de Estado.
Máxime, porque casi como ningún otro movimiento, el
chavismo tuvo un cheque en blanco para profundizar su estilo destructivo gracias
a la apatía y la indiferencia que la comunidad internacional le prodigó hasta hace
poco.
Fieles al martirologio hipócrita acostumbrado de la
izquierda radical, Hugo Chávez y Maduro siempre usaron la propaganda, la desinformación
o las noticias falsas, como se les llama ahora, para auto proclamarse defensores
del pueblo, de la democracia y la república, justamente los tres adjetivos que
han defenestrado y pisoteado a base de autogolpes de Estado desde que el
chavismo asumió el poder. En su historia, el chavismo se auto gestó mediante ocho
auto golpes de Estado, para ser más precisos: 1999, 2001, 2007, 2010, 2013, 2015,
2016 y 2018. No hay dudas de que los autogolpes son parte del ADN del chavismo,
como veremos a continuación.
Primero
desmitifiquemos la hipocresía de la revolución democrática y republicana del chavismo. Una república como
la pensaron los griegos y adoptaron los países occidentales, se distingue por la independencia y división de poderes; por los
mecanismos de fiscalización y chequeos permanentes sobre quienes ostentan el
poder, pero sobre todo por una Justicia equitativa e independiente; por los
privilegios y beneficios que se le da a las minorías; por la libertad de la
prensa para informar y por la de los ciudadanos a expresarse, asociarse y
movilizarse, sin trabas ni represalias, en igualdad de condiciones ante la ley.
Nada de esto respetó el chavismo.
Los máximos atributos de una democracia son la Constitución
y la libertad del pueblo para elegir a sus gobernantes. Una buena Constitución
no solo remarca los derechos y garantías del pueblo, sino que impone límites al
gobierno a fin de que no pueda pisotear el derecho natural o el libre albedrío
de los ciudadanos. La democracia demanda elecciones libres, pero sobre todo
limpias, en igualdad de condiciones. Tampoco, nada de esto respetó el chavismo.
La Venezuela
chavista no es república ni democracia. Pasó del autoritarismo a engalanarse
hoy con las mismas propiedades de una dictadura. Ni siquiera los que defienden
que el régimen cumple con calendarios electorales se cree esa hipocresía. El
chavismo dilapida recursos públicos; utiliza fuerzas de choque ilegales para
generar caos y pánico; y criminaliza la protesta, justificando así su necesidad
de reprimir la expresión disidente para mantener la paz y el orden.
Desmitifiquemos ahora la revolución del pueblo. Es cierto que el chavismo llegó al poder
arropado por casi todos los sectores cansados de tanta corrupción y desidia de
los partidos políticos tradicionales. Pero también es cierto que ha dejado a
Venezuela peor de la que recibió, con mayor crisis social, más pobreza y
demasiado más corrupción. El agravante es que el chavismo ha sido un pésimo
administrador. Ha dilapidado casi una década de bonanza con precios del
petróleo en la estratósfera para usar esa billetera abultada en la expansión de
su ideología por Latinoamérica. En su lugar, hubiera podido invertir las
ganancias en su gente, creando fuentes alternativas de recursos y empleos, infraestructura,
y en educación y salud desideologizadas. Realmente desperdició la bonanza y
traicionó a su propio pueblo.
Sigamos. Pese a la farsa electoral de las presidenciales en mayo de 2018 y a
que pocos gobiernos reconocieron el triunfo de Maduro, él se auto legitimó
mediante un nuevo autogolpe. Cerró el Congreso elegido por el pueblo. Creó una
Asamblea Constituyente de facto con la que legalizó la proscripción de los partidos
políticos y creando la hegemonía del partido oficial. Siguió manipulando a la Justicia,
expulsando a los organismos internacionales, incentivando el cierre de medios e
imponiendo nuevas formas legales de censura al internet. Si Maduro siempre
proclamó su idolatría por el régimen comunista de los Castro, todas esas
medidas no hicieron más que certificar el destino de Venezuela: Hacerla a
imagen y semejanza de la altanera pero desdichada Cuba.
Maduro ya había sofocado lo poco que le quedaba a
Venezuela de democracia en mayo de 2016. Entonces desconoció al Congreso con un
autogolpe. Repudió leyes y el proceso legítimo de referéndum
revocatorio; y con el Estado de Excepción y de Emergencia Económica, borró al
Congreso auto proclamándose como el único legislador. Aquellas medidas
suspendieron las garantías constitucionales y deslegitimaron la “toma de
caracas” aquellas marchas masivas con las que la oposición exigía el respeto a
los resultados del referendo revocatorio, una cláusula constitucional creada
por el propio chavismo. La excusa cansina de siempre para reprimir fue la de “evitar
el golpe”, intento que perseguían Colombia, España y la OEA, liderados por EE.UU.
y los “gusanos de Miami”.
Antes, en diciembre de 2015, Maduro ya había dado el
segundo autogolpe al crear el Parlamento Comunal, una especie de “congreso del
pueblo” que tenía como misión contrarrestar a “la nueva burguesía” que de nuevo
había ganado la mayoría en la Asamblea Nacional. El primer autogolpe lo pegó en
noviembre de 2013, cuando la Asamblea Nacional le otorgó al entonces,
como flamante presidente, el título de legislador máximo o único, delegándole
el derecho de legislar por decreto por 12 meses. Maduro
consiguió aquella habilitación con una buena coartada. Diosdado Cabello fue el gestor.
Desaforó a una diputada de la oposición fabricándole un caso de corrupción. Con
el desafuero llegó a contar 99 votos a favor, necesarios para hacer a Maduro
legislador absoluto.
Con todos esos autogolpes Maduro igualó a su
progenitor. Chávez practicó la misma metodología en cuatro ocasiones. En 1999,
su primer año, y en 2001, 2007 y 2010, arropándose
con poderes especiales y leyes habilitantes para gobernar a su antojo y sin
Congreso. Lo de diciembre de 2010 fue el de las mayores
hipocresías del régimen chavista. Chávez presentó varias propuestas de ley para
permitirse legislar sin Congreso, excusándose en una crisis social provocada
por las inundaciones. Entonces frenó a la oposición unas semanas antes del 5 de
enero de 2011, fecha en que debían incorporarse 67 legisladores de la oposición
a la Asamblea Legislativa, después de ser elegidos democráticamente. Los
legisladores oficialistas y chavistas de entonces le ofrecieron a Chávez en
bandeja de plata su autodisolución. Se auto marginaron dos años, más del tiempo
que Chávez les había solicitado. El servilismo y la hipocresía ya campeaban por
entonces.
Antes, a fines de 2000,
Chávez logró que el Congreso le habilitara a gobernar por decreto por 18 meses,
y empezó a hablar de la “quinta república”, en la que se buscaría la
redistribución de la riqueza por los ingresos del petróleo, lo que nunca se plasmó.
Aquel autogolpe le dio excusas perfectas para reformar la Constitución. De esa
forma se autorizó a expropiar empresas, crear y armar las milicias urbanas
llamada círculos bolivarianos, militarizar su gabinete, ideologizar la
educación en las escuelas primarias, encarcelar y echar al exilio a sus
opositores, privilegiar a los revolucionarios por arriba de otros ciudadanos y
crear alianzas con gobiernos extranjeros mediante regalos y subsidios
petroleros.
Reitero: los autogolpes son el ADN del chavismo.
Conclusión: A Maduro no le quedan muchas opciones,
aunque siempre tendrá a su disposición la propaganda, el arma de agitación
predilecta, que no es más que un artilugio de su mercadeo.
Maduro sueña con una conspiración e intervención
internacional. Sueña con un golpe de Estado que lo victimice y convierta en mártir,
como escribí tras el autogolpe de 2016 cuando se avizoraron las primeras
críticas serias contra el régimen.
Sin embargo, el golpe, tarde o temprano, no vendrá
desde afuera, sino arropado por su propia gente, cansada de no gozar de las
mieles de una república. Las minorías despreciadas ya se han convertido en la
nueva mayoría y están, ahora sí, empoderadas por la comunidad internacional,
esa que fue cambiando gracias al infatigable látigo del secretario general de
la OEA, Luis Almagro, que, en 2017, con informe investigativo de 75 páginas en
mano, hablaba de que en Venezuela existía una "ruptura total con el orden democrático”.
Maduro si quiere sostenerse en su puesto tendrá que
ser mucho más autoritario que nunca, pero el régimen ya no tiene el plafón
político de antes. Sus opciones se agotan. Cuaba es su mejor salida, su coartada.
trottiart@gmail.com
8 comentarios:
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