En Bolivia se dio la lógica. Evo Morales arrasó y se quedó con su
tercera Presidencia y, posiblemente, con el sartén por el mango para
eternizarse en el poder.
A diferencia de gobiernos con discursos antiimperialistas similares, Evo
viene dando cátedra y generando envidias en materia económica. Con una economía
estable, gasto público austero, crecimiento sostenido e inclusión de los
empresarios de la zona de Santa Cruz, esquivos en su primera época de gobierno,
los electores fueron contundentes.
Los votos son indiscutibles. No superó su margen histórico mayor al
64%, pero fue suficiente para sorprender a la comunidad internacional y borrar
una imagen bufónica de aquel iletrado que acusaba a la carne de pollo con
hormonas y a la Coca Cola, entre otros alimentos imperialistas, de ser el
origen del homosexualismo y la calvicie en los hombres en los países
desarrollados.
Hoy el respeto a Evo viene desde las autoridades del FMI, del Banco
Mundial y de gobiernos vecinos que le piden créditos, tentados por los 15 mil
millones de dólares en reserva del banco central. La austeridad Aymara y el
destino vienen jugando a su favor. Gasta poco, la corrupción no tiene tinte económico
y el precio de las materias primas ha sido alto y sostenido. La explotación
ahora estatizada de hidrocarburos va en aumento y pronto, el litio, el mineral
en el que flota el país, servirá para que el mundo industrializado reconozca a
la nueva potencia.
Pero no hay que engañarse, Evo no solo ganó por todo eso, sino por una
férrea mano en la política que restringió todas las libertades de la oposición.
Aplica la fórmula autoritaria que antes muchos buscaban entre botas y
cuarteles, considerándola solución necesaria para sacar del abismo a una
América Latina desgarrada por la corrupción. Evo representa eso, menos
corrupción, robos controlados, austeridad, y autoritarismo sesgado en lo
político.
Los bolsillos más llenos ayudaron a su victoria, sin dudas. Pero
también una prensa internacional sumisa que poco iluminó los focos de
autoritarismo en este proceso electoral, sorprendida, quizás, por los informes
de bienestar económico e inclusión de los indígenas, los más desfavorecidos por
siglos.
Unos seis millones de
electores se quedaron en ascuas en esta elección. Nunca supieron bien que proponían
los candidatos de los demás partidos, debido a una ley que no permitió campaña
electoral alguna hasta 30 días antes del 12 de octubre, día del sufragio. Si se
hubiera aplicado con imparcialidad, la ley pareja era garantía de equidad. Pero
sabio en peleas callejeras, ventajas políticas y chicaneos oportunistas, Evo
fue el único candidato que estuvo como amo y señor en todos los medios de
comunicación, en cadenas nacionales y en actos públicos hasta para inaugurar secas
alcantarillas.
Su presencia fue
omnipresente. La de los demás candidatos, en cambio, estuvo vetada por el Tribunal
Supremo Electoral. Tampoco se supo mucho sobre resultados de encuestas y estudios
de opinión, porque las empresas debían estar previamente habilitadas por la
autoridad. Ni siquiera Evo, como tampoco sus candidatos a senadores y
diputados, sucumbió a los desafíos de la oposición por hacer debates
televisivos, un modo de legitimar su presencia en la prensa. Evo siempre
desistió, y aunque tenía todos los ingredientes para ganar cualquier debate, no
quiso darle prensa a la oposición; la hizo invisible.
Los medios estatales,
Bolivia TV, la red radiofónica Patria Nueva y el periódico Cambio - así como
muchos medios privados cooptados por el gobierno - no fueron usados como medios
públicos sino como órganos de propaganda gubernamental. Ni siquiera difundieron
los debates entre los candidatos de la oposición; más bien, siguieron enrolados
con aquella prédica original de Evo sobre que los medios deben ser aniquilados
o absorbidos por el Estado, por cuanto solo buscan desestabilizar al gobierno
con sus cansonas denuncias.
Su discurso anticapitalista hacia el exterior le ha servido para enmascarar su exclusión política en el interior. Habrá que ver ahora si ese absolutismo lo tentará a reformar la Constitución y eternizarse en el poder. Es cierto que lo descartó personalmente, pero, como muchos otros líderes autoritarios, no puso las manos en el fuego por lo que harán su partido y sus fanáticos electores.
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