Hace poco escribí sobre las diferencias notables que Cristina de
Kirchner y Dilma Rousseff tienen respecto a la filosofía de su mandato,
haciendo un paralelismo sobre los discursos que ambas ofrecieron en la Universidad
de Harvard, en diferentes actividades este año.
Aunque el dicho diga que las comparaciones son odiosas, creo que es la
mejor manera para mostrar las realidades. En estos días, cuando en Brasil se
está desarrollando uno de los juicios anti corrupción más grande de la historia
que tiene como protagonistas al partido oficialista, y cuando en Argentina un
amplio sector de la población salió a las calles el 8 de noviembre, cacerolas
en mano, para protestar en contra de las poco eficaces medidas del gobierno en
materia de seguridad y economía, una vez más, ambas mandatarias fueron muy
transparentes sobre su visión política.
Durante la Conferencia Internacional Anticorrupción celebrada en
Brasilia, la presidenta Rousseff hizo una destacada defensa del valor de la
libertad de prensa y del flujo informativo, pese a decir que muchas veces la
información es exagerada.
"Es preferible el ruido de
los periódicos al silencio de tumba de las dictaduras”, dijo la presidente
brasileña, recordando épocas en que fue prisionera por tres años y torturada
por la dictadura de su país. Una sentencia suficiente para comprender el valor
que le da a la información, lo que además es consecuente con varias medidas
adoptadas en Brasil para favorecer el flujo informativo, como la Ley de Acceso
a la Información Pública.
Respecto a la transparencia y la corrupción, Rousseff recordó que es
papel del Estado combatirla, mediante la Fiscalía General, la Policía Federal y
la prensa libre; que hay más de 100 proyectos de ley en ese sentido y que se
combate actualmente a través de órganos
de control ético, de la Ley de Transparencia y de la Fiche Limpia, que impide a
políticos presentarse a cargos electivos si tuvieron condenas en alguna
instancia.
Por último, la mandataria hizo una defensa sobre el
valor de las instituciones y dijo que no son ellas las que se corrompen, sino
las personas.
Cristina de Kirchner, por otro lado, quien no es
conocida por el valor que le da a la lucha contra la corrupción, considera que
los medios de comunicación y los periodistas son los grandes conspiradores de
su mandato, a los que les achaca todos los males que padece su gobierno. En el
anterior cacerolazo y en el reciente del N8, la presidente argentina, cree que
se esconde la mano de Clarín, La Nación y de otros diarios a los que acusa de
luchar por sus intereses empresarios y que los que marcharon cacerola en mano
no tenían idea de por qué lo hacían o que eran contratados por la oligarquía de
la prensa nacional para hacerlo.
Cristina de Kirchner se mofó, ironizó y tuvo frases
sarcásticas por doquier para desacreditar a muchos argentinos. Como siempre, el
gobierno de Kirchner prefiere la confrontación al diálogo, la chicana a la
tolerancia. Y lamentablemente, después de todo el descrédito que le achaca a
los involucrados que se convocaron por Facebook, dice que en el país las
marchas demuestran que existe amplia libertad de expresión.
Creo que en ese sentido, la presidenta se equivoca,
de la misma forma que lo hace cuando habla del 54% de apoyo que obtuvo en las
urnas. Primero, la libertad de expresión demanda tolerancia y respeto por las
opiniones diversas y acciones en consecuencia, por ejemplo una ley de acceso a
la información y, sobretodo, no tomar represalias contra quienes disienten.
Segundo, el mandato mayor de una democracia no involucra el poder electoral –
que dicho sea de paso muchas veces en Argentina, bajo cualquier tipo de
gobierno fue manipulado y hubo más clientelismo que otra cosa – sino gobernar
de cara a las minorías, construyendo un país incluyente, diverso y plural; y no
tratar de des construir y crear clases diferentes de personas, cuya
consecuencia será siempre un país dividido, polarizado y cada vez más alejado
del bien común (léase) del bien de todos.
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