A diferencia de la fábula de Jean de la Fontaine que enseña a prevenir y ahorrar como la hormiga para un futuro feliz; los gobiernos piden que vivamos como la cigarra, opíparamente y despilfarrando, convencidos que el consumo desenfrenado generará mayor producción, empleos y estabilizará la economía.
Desde que la crisis económica se fue expandiendo y ningún gobierno la pudo negar o disimular, se han instrumentado varias medidas para remediarla: rescates millonarios de bancos fundidos; estatización de empresas; reducción de tasas de interés; así como devolución de impuestos e incentivos para comprar automóviles y otros bienes, con la intención de que la circulación de efectivo provoque el saneamiento de la economía y restaure la confianza del consumidor, el bien más volátil.
Las medidas - desalentadas además por el subibaja de las bolsas, la inflación, el desempleo y el desenlace de atajos piramidales fraudulentos como el colombiano o el estadounidense de Bernard Madoff - todavía no engendraron grandes cambios ni beneficios, sino mayor incertidumbre. En EE.UU., la economía más grande y consumista, se registró este fin de año un índice de desconfianza récord, precipitando las ventas generales en un 8%; mientras que disminuyó el ingreso y aumentó la pobreza en casi todas las ciudades del país, según estableció el nuevo censo que midió la economía de esta última década.
Como el panorama no cambió, las autoridades se vieron obligadas a ser más creativas. Muchas imitaron a las australianas ofreciendo mejores garantías a los depósitos para captar ahorros y generar crédito, y otras cambiaron políticas de consumo cortoplacistas, por otras de más alcance como la construcción de obras públicas para generar empleos. Así, Barack Obama anunció planes de recuperar tres millones de puestos de trabajo mediante infraestructura, tanto para construir autopistas de cemento como virtuales, dejando en segundo plano políticas de George Bush para fomentar consumo mediante devolución de impuestos, lo que no surtió efectos deseados.
En América Latina, Brasil fue uno de los primeros países en incentivar el consumo con una campaña pública, un error que según la agencia Bloomberg, tuvieron antes EE.UU., Gran Bretaña y Canadá, que aconsejaron lo mismo tras el 11 de septiembre, lo que finalmente derivó en la burbuja y la mayor crisis desde 1929.
Tal vez esa experiencia fue la que motivó, después de negar la crisis y en menos de lo que canta un gallo, a Luiz Inacio Lula da Silva, Cristina de Kirchner, Michelle Bachelet, Felipe Calderón, Alan García y otros presidentes latinoamericanos, anunciar mega planes de obras públicas y pedir a los ciudadanos que gasten en autos, casas y viajes. India, China, Rusia y la Comunidad Europea también mostraron las mismas iniciativas tras rescatar a sus empresas, reducir impuestos, incentivar el gasto y tratar de mantener las exportaciones.
Más allá de todas las fórmulas, la crisis actual ha demostrado a los ciudadanos y sus gobiernos que consumir o gastar en abundancia sin el respaldo suficiente es, en definitiva, generar deuda y ruina segura. Vivir mejor hoy, como la cigarra, es hipotecar el futuro. Una regla básica muestra que lo que se gasta en bienes de consumo, si bien se disfruta, se desperdicia; mientras lo que se ahorra, termina en inversión.
Los gobiernos no han motivado aún la cultura del ahorro, tal vez porque necesitan beneficios repentinos. Sin embargo, economistas menos exitistas defienden la función trascendente del ahorro en la economía, ya que no se trata del mero acaparamiento del dinero o sacarlo de circulación, sino una trasferencia de poder de compra del ahorrista a otros individuos, mediante la generación de crédito. El ahorro genera así consumo a corto plazo y mantiene el potencial de la inversión a la larga, por lo que es un capital doblemente beneficioso. En realidad, ahorrar es una forma saludable de gastar.
En el 2008, en cuestión de meses, hemos pasado de un marcado crecimiento a una profunda depresión, por lo que sería prudente tomar el 2009 con calma, previniendo y ahorrando como la hormiga. El hombre más rico del planeta, Carlos Slim, lo aconsejó así en una carta a sus empleados: gasten menos, ahorren lo más posible, mantengan el dinero en los bancos y desactiven las tarjetas de crédito.
4 comentarios:
Yo prefiero ahorrar y asegurar mi consumo a mediano y largo plazo, que otros menos sensantos gasten ahora y que sostengan la demanda de las Cías. hoy
Excelente nota. Yo también me considero como uno de los que debe ahorrar y no escuchar tanta zanganería de los políticos para arergflarles sus cuatro o cinco años de gobienro
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excelente post el realizado. en nuestro blog también defendemos el ahorro como forma sostenible y a largo plazo única con éxito. saludos. le seguimos.
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