marzo 07, 2025

La verdad y la libertad como brújulas

Me preguntaron: ¿por qué escribes? La respuesta es simple: es una necesidad. Escribir, antes que nada, me permite ordenar la cabeza. Y aunque todo periodista o escritor lo hace para llegar o inspirar a alguien, en mi caso, también es para encontrar la inspiración. Enfrentar el “papel” a diario es un gran desafío, incluso para hacerlo en unas cuantas líneas como en este post. He leído mucho sobre porqué leer y para qué escribir, en especial sobre los procesos metales de la creatividad. El libro que me pareció más acertado sobre cómo despertar la creatividad es el best-seller “The Artist’s Way” de Julia Cameron, al que leí y releí hasta el cansancio. Lo recomiendo. Es una fuente de inspiración creativa o, en el mejor de los casos, es un manual de cómo despertar la creatividad. Cameron recomienda escribir todos los días, no importa qué. El solo hecho de escribir despierta la creatividad. ¡Es la fórmula!

En mis más de cuatro décadas como periodista y defensor de la libertad de prensa, escribí toneladas de palabras. Y siempre tuve a la verdad y la libertad como brújulas. Analicé la realidad y comprendí al mundo, con todos sus matices, a través de esos dos valores y, también, con sus contravalores: la mentira y la opresión.

Después de décadas de experimentar esas virtudes y desvalores, como lo hice en 1993 al publicar “La dolorosa libertad de prensa: en busca de la ética perdida”, creí necesario enfrentar los mismos temas, los mismos miedos, pero en una novela de ficción. Así nació “Robots con alma: atrapados entre la verdad y la libertad”, una “investigación” mental de por qué y cómo estos valores y desvalores mueven todo en el universo.

 


Truth and freedom as compasses

I was asked: why do you write? The answer is simple: it is a necessity. First, writing allows me to put my head in order. And although every journalist or writer does it to reach or inspire someone, in my case, it is also to find inspiration. Facing the "paper" daily is a big challenge, even if done in a few lines, as in this post. I've read a lot about why to read and what to write, especially about the mental processes of creativity. The book I found most accurate on how to awaken creativity is the best-seller "The Artist's Way" by Julia Cameron, which I read and reread ad nauseam. I recommend it. It is a source of creative inspiration or, at best, a manual on awakening creativity. Cameron recommends writing every day, no matter what. Just the act of writing sparks creativity - it's the formula!

I wrote tons of words in my more than four decades as a journalist and press freedom advocate. And I always had truth and freedom as my compasses. I analyzed reality and understood the world, with all its nuances, through those two values and their countervalues: lies and oppression.

After decades of experiencing those virtues and disvalues, as I did in 1993 when I published "The Painful Freedom of the Press: In Search of Lost Ethics," I thought it necessary to face the same issues and fears, but in a fictional novel. Thus, "Robots with Souls: trapped between Truth and Freedom" was born, a mental "investigation" of why and how these values and their counterparts move everything in the universe.

febrero 28, 2025

Mi nueva novela: ROBOTS con ALMA

A partir de este espacio (por ahora en construcción) estaré publicando temas inherentes a mi faceta de escritor. Les presentaré mi nueva novela "ROBOTS con ALMA", los procesos creativos, los personajes, la trama.

Quiero que esta entrada sea un parteaguas, con los archivos anteriores de este blog, llamado antes "Prensa y Expresión", en el que compartí muchas entradas, en particular, diez años de labor ininterrumpida como columnista de más de 40 medios de comunicación de las Américas. 

agosto 02, 2020

Usar mascarillas y arrodillarse


El Covid-19 no es la única pandemia. La del racismo es más profunda, menos pasajera, menos curable. Para principios del 2021 la pandemia del coronavirus se superará con una vacuna. El racismo no la tendrá tan fácil a pesar de que la conciencia mundial sobre el tema es más saludable que nunca.

Los símbolos de ambas se han politizado, y confundido, en especial en EE.UU. poco antes de las elecciones presidenciales de noviembre. No usar mascarilla para evitar contagiarse o propagar el contagio, o arrodillarse o no al escuchar el himno nacional para formar parte del movimiento #blacklivesmatter en contra del racismo, se han convertido en posiciones políticas frente a Donald Trump, el gran polarizador.

Aunque es válido respetar la actitud que la gente asume, ya sea nivel personal como social, hay que diferenciar las responsabilidades que como individuos tenemos ante ellas.

Ante el racismo, la actitudes individuales y sociales no tienen mucha diferencia. Arrodillarse o no es una elección personal que no modifica la conducta social; es un tema de conciencia, que puede generar un contagio saludable.

Por el contrario, el uso o no de la mascarilla es una responsabilidad individual que si puede modificar drásticamente a la sociedad. Por ello es sano que los gobiernos obliguen socialmente el uso de mascarillas para defender un derecho (a la vida) individual. Las mascarillas, bajo justificación de estudios científicos, son una herramienta válida para defender la vida.


junio 06, 2020

Black Lives Matter: ¿Punto de inflexión contra el racismo?


Ojalá que la muerte de George Floyd no sea en vano. Ojalá que la incordia, enojo e impotencia por el marcado racismo de la policía que quedó en evidencia con la asfixia y asesinato de Floyd, convierta a las manifestaciones pacíficas en un movimiento que no solo reclame justicia como un valor social y moral, sino que aliente y desemboque en medidas concretas.

Ojalá que el movimiento no desvanezca tal suele ocurrir con otros debates trascendentes que se apagan a las pocas semanas como el de la posesión de armas cada vez que hay una nueva matanza en un shopping, escuela, iglesia o cuartel.

La fuerza desproporcionada, brutal y exagerada de la policía contra los afroamericanos y en general es habitual y está siempre latente. En los últimos seis años fueron asesinados por la policía 1.994 afroamericanos o el 24% de un total de 7.663 personas.

Ante estas cifras espeluznantes, la peor de todas es la que marca que el 97% de los asesinos queda en la impunidad, ya sea protegidos por códigos internos de lealtad policial o por los fiscales que no quieren acusar a los oficiales sabiendo que tienen pocas chances ante jueces que interpretan y justifican el uso de fuerza letal si el oficial arguye que estaba en peligro su vida o la de otras personas.

La violencia policial tampoco se erradicará hasta que las policías sean más inclusivas, ya que están desproporcionadamente compuestas por agentes blancos en ciudades de predominancia afroamericana. Y también se debe reconocer que el racismo no es solo una cuestión de violencia per se. Como talón de Aquiles de la sociedad estadounidense, está arraigado al problema de desigualdad económica y la pobreza de los afroamericanos, su segregación demográfica y los desacuerdos sobre los alcances de la acción afirmativa, una política pública que devino del movimiento de derechos civiles de los 60.

Ojalá que el caso de Floyd se mantenga sobre el tiempo y sea el punto de inflexión que desemboque en un verdadero cambio de políticas públicas para contrarrestar la fuerza brutal y desproporcionada de la policía y erradicar el racismo y la discriminación en general.

Los movimientos por los derechos civiles, por la igualdad de la mujer, el #metoo, las acciones en contra de la pederastia y a favor de los derechos de las personas con distinta orientación sexual, demuestran que los cambios son posibles. Cada uno de ellos devino de una crisis o tras la denuncia de un hecho espeluznante que atrapó la atención ciudadana y, asqueada de tanta impotencia e impunidad, convirtió su protesta en un movimiento por el cambio.

La apuesta para que el movimiento Black Lives Matter sea el punto de inflexión del cambio está en mantener el caso de George Floyd  en la agenda pública y no dejarlo desvanecer como ocurrió con tantos casos similares. La responsabilidad es de todos, de los políticos, los líderes de la sociedad civil, los activistas, los medios de comunicación y de nosotros los ciudadanos.

mayo 30, 2020

Trump y el “silver bullet” contra Twitter y Facebook


Las redes sociales no son perfectas. Tampoco imperfectas. O son lo uno o lo otro según las usamos, nos mostramos y las consumimos. En definitiva, son un reflejo de nuestros aciertos y errores, de nuestras buenas o malas intenciones.

Los algoritmos y editores de las plataformas como Twitter, Facebook, YouTube, Instagram o TikTok a veces censuran lo que es bueno e inofensivo y permiten lo malo y delictivo. Repito, no son perfectas. Se equivocan, como nosotros, y también piden perdón, como Mark Zuckerberg de Facebook y Jack Dorsey de Twitter, tras la oleada de noticias falsas, la intromisión en nuestros datos privados e intimidad.

Pese a lo bueno y malo, las redes sociales han empoderado, como nunca en la historia, a que cualquier persona del mundo tenga una voz, algo que opinar, reaccionar o compartir. Sirven para convocar causas, empoderar a los marginados, decir verdades que duelen y molestan y también para mentir, manipular y engañar. Repito, son perfectas e imperfectas, como nosotros, los humanos. Pero sin ellas ya no nos imaginamos el mundo. Sin ellas sería como vivir en una pandemia o cuarentena perpetua.

¿Tienen responsabilidad legal por sus contenidos?, ¿es decir por nuestros contenidos que distribuimos en sus plataformas? Las plataformas argumentan que no porque no son fabricadores de contenido como los medios de comunicación que sí son legalmente responsables por lo que publican. Las plataformas siempre se han defendido de que no crean contenidos, sino que son simples distribuidores. Hasta acá es un argumento razonable y amparado por ley, al menos en EE.UU. y hasta hace unos días, cuando el intempestivo presidente Donad Trump, enojado personalmente con Twitter, decidió firmar un decreto que le quita la inmunidad legal y hace a las plataformas responsables por su contenido. (Todavía es temprano para saber si el decreto tendrá dientes, le será difícil, porque posiblemente habrá peleas ante los tribunales y será de larga data o la Comisión Federal de Comunicaciones, la que en definitiva tiene que validar la nueva regla, no lo hará simplemente para congraciarse con Trump. La CFC es autónoma, independiente y sus vaivenes son más técnicos que políticos).

Pero también existe el otro argumento. Desde que las plataformas usan algoritmos y editores para eliminar contenidos o limitar contenidos o editarlos o hacer algunas advertencias, como sucedió con los tuits de Trump, se están convirtiendo en editores, un rol ya no de simples distribuidores de contenidos, sino casi parecido al de los medios de comunicación. Y por esa rendija, puede que entre el tema de la responsabilidad ante la ley.
Digo puede porque todavía no me convence este argumento. Las redes sociales son vastas y tienen que hacer maravillas día a día para evitar propagar noticias falsas y hechos delictivos, como el discurso de odio o la apología de la violencia. Desde hace años se les está exigiendo editar contenidos.

En fin, estos argumentos y todos los grises entremedios no son de fácil solución o tal vez no haya un “silver bullet” o una solución simple para un problema tan complejo. Requiere una discusión de alto octanaje que involucre a toda la sociedad civil, entre ellos las plataformas, los ciudadanos, los medios, los legisladores, jueces y políticos. No puede haber una medida unilateral, esta es una discusión sobre nuestras libertades como individuos y como sociedad.

Lo que no es bueno es que salga un presidente como Trump, o cualquier otro, ya sea Putin, Bolsonaro, Fernández o López Obrador y abusen de su privilegio para dictar decretos en contra de la libertad de expresión para acomodarlos a la horma de sus zapatos.
El debate debe ser más elevado, sin los enojos ni la ideología que le suelen imponer los políticos a todas las cosas como si estuviéramos en un proceso electoral y polarizado continuo.

abril 29, 2020

La fuerza de los caricaturistas


El director del diario La República, Perú, Gustavo Mohme me invitó como columnista invitado de su diario para que comente sobre el valor de la caricatura, luego de que su caricaturista estrella, Carlin, se viera involucrado en una fuerte controversia y hasta recibido amenazas por la caricatura sobre el expresidente Alan García que ilustra este post.

Esta es mi columna de hoy: 

Los periodistas envidiamos la fuerza de los caricaturistas. Con solo un par de trazos exagerados, una dosis de ironía y con simples analogías, abordan con simpleza temas complejos, encienden debates e incitan hasta a los más indiferentes.

Desde que en 1754 Benjamín Franklin creó el primer dibujo político en el Pennsylvania Gazette llamando a la unidad por la independencia de los nuevos territorios de la Nueva Inglaterra en contra de la Gran Bretaña colonialista, ningún diario de prestigio pudo escindir del recurso de la parodia y el humor para complementar historias, desafiar a los poderosos y burlar a los opresores.

Cuando en las dictaduras militares de Argentina, Brasil o Chile los periodistas no podían poner en palabras o imágenes los hechos reales, los editores llamaban a sus mejores dibujantes para sabotear la censura. Tan temible era su fuerza liberadora que muchos caricaturistas también engrosaron las desgraciadas listas de desaparecidos.

Hoy la historia política no podría contarse en Perú sin caricaturistas como Carlin o en EEUU sin los dibujantes que se regocijan con las ocurrencias de Donald Trump, rebosante de atributos de los que se nutre la caricatura: es intempestivo, burlón, profuso en adjetivos y su construida melena y tez azanahoriada son símbolos distintivos que fácilmente adoptan los caricaturistas.

Pero, a pesar de que la caricaturesca personalidad de Trump invita a la burla, también existen algunos límites por la que a veces los dibujantes deben enmendar errores, pedir perdón o hasta pueden perder sus trabajos. Sucedió con la humorista Kathy Griffin a quien la CNN la retiró como a una de sus animadoras estrella después de sostener una foto con la cabeza de Trump recién degollada. También ocurrió con The New York Post que debió pedir excusas después de caracterizar a Barack Obama como a un chimpancé.

Esto demuestra que si bien la fuerza artística de la caricatura - dibujo + sátira - escapa a los límites de autenticidad de otros géneros como la crónica, la investigación y hasta el video y la fotografía, no puede evadir ciertos límites éticos y legales que tienen los medios y el periodismo.

Por un lado, no es tan importante si se parodia a Trump o a Obama, a Alberto Fujimori o a Alan García, como que la sátira esté apegada a los hechos y al contexto, y que sea imparcial y diversa en personajes, alejada de la ideología política de los retratados. Por el otro, los límites legales como la apología de la violencia o del terrorismo, el discurso de odio y la discriminación, son infranqueables para todos los géneros, incluida la caricatura.

Estas responsabilidades admitidas por los medios invitan a los ofendidos a acudir a los tribunales para resolver conflictos y no a hacer justicia por manos propias. La masacre en la sala de Redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdó a manos de musulmanes fanáticos por la caricaturización de Mahoma con un turbante de bombas, distancian la barbarie de la conducta de tolerancia a la expresión que debe existir en un estado de derecho.

En el nuevo contexto digital, en el que los memes, el bullying y los insultos pululan sin límites ni filtros en las redes sociales agitados por la polarización política, hay que celebrar que los medios y el periodismo profesional tengan al humor político como uno de los géneros más potentes para crear debate y construir democracia.


Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...