No hay
dudas que los procesos electorales son la esencia de la democracia. Pero
también es fundamental que las elecciones sean transparentes y en condiciones
de igualdad.
Ayer
Cristina de Kirchner desacreditó la huelga a nivel nacional que distintos
gremios convocaron en Argentina, a la que calificó de “aprietes y amenazas
contra los trabajadores”, diciendo que a ella “no la corre nadie” y sobre la
fuerza de sus votos del 54% de los argentinos.
Cristina
tiene razón sobre sus votos, pero tampoco puede ser tan arrogante, como lo son
otros presidentes, tal el caso de Hugo Chávez por poner solo un ejemplo, de
creer que sus votos son todos genuinos. Lamentablemente en Argentina existe
mucho clientelismo y compra de votos en los procesos electorales mediante
regalos y subsidios para encandilar a las masas. Y la polarización creada por
el gobierno, tal el caso en Venezuela, de que todo es malo o todo es bueno,
blanco o negro, ha hecho que muchos votantes, especialmente aquellos que
dependen laboralmente de la administración pública, teman que no votar por el
oficialismo les atraiga represalias.
Lamentablemente
Cristina siguió ayer con un discurso poco conciliador y desafiante. Puso poca
voluntad para escuchar las razones de la huelga así como tampoco escuchó el
clamor del cacerolazo del 8 de noviembre pasado, lo que contradice su vocación
netamente populista.
La
democracia no solo se basa en elecciones limpias, sino en atender las
necesidades de las minorías. Si Cristina se apoya en el 54% - un plafond que ya
no tiene – es su deber tratar gobernar también para el 46%.