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octubre 13, 2013

Sensibilidad, autocensura y Cristina

Aunque parece razonable, no creo que sea apropiada la decisión de varios diarios que en sus sitios de internet, privan a los lectores de escribir comentarios debajo de las notas referidas a la salud de la presidente Cristina Kirchner.

La política de autorregulación del diario La Nación - implícita en la frase, “Debido a la sensibilidad del tema, la nota está cerrada a comentarios”, de su versión on-line - también implementada por Página 12, Infobae y Ámbito Financiero, pretende evitar convertirse en vehículo de insultos que usualmente se prodigan entre lectores o contra la Presidente.

La medida tiene justificativo. Los comentarios se han vuelto un dolor de cabeza para los medios, ya que en sociedades polarizadas como la argentina, los usuarios de internet tienden a burlarse y hacer comentarios irónicos, inhibiendo y degradando la discusión. Un síntoma que incentivan presidentes como Cristina, Nicolás Maduro y Rafael Correa, con discursos cargados de insolencias y sarcasmos en contra de opositores y críticos de su gestión.

No permitir comentarios de ningún tipo, y menos sobre un Presidente, puede ser un privilegio no reservado a otros mortales. Privilegios que en Argentina se eliminaron cuando se derogó el delito de desacato, aquella figura medieval que protegía al Presidente de las críticas, y que se contrapone a la jurisprudencia interamericana, que indica que los funcionarios públicos están sujetos a un mayor escrutinio por parte de la sociedad.

Ante la prohibición, uno podría preguntarse ¿cuál es la vara justa para medir otros casos y el nivel de sensibilidad que debe guardarse? ¿Acaso se deberían prohibir comentarios en notas sobre Francisco porque podrían derivar en críticas a curas pederastas; o sobre Amado Boudou, porque se señalaría que nadie con seis procesos judiciales abiertos debiera tener las riendas del país?

En épocas de redes sociales y de constante búsqueda por mayores espacios de participación ciudadana, discriminar qué notas pueden o no ser comentadas, puede inducir a los medios a aplicar censura previa, algo que detestan y combaten. En todo caso, sería preferible que no permitieran comentarios en ninguna nota, a que tengan una política selectiva que puede llevar a errores.

La esencia del periodismo es fiscalizar, criticar y señalar caminos, pero no es su función discriminar. Por ejemplo, se puede ser más prudente o reducir el sensacionalismo en hechos de sangre, pero no se los puede ocultar. Su oficio es mostrarlos, y será la sociedad, los expertos y legisladores, quienes tendrán que interpretarlos y buscar correctivos.

Tampoco se trata de otorgar una patente de corso a los usuarios, ya que los medios también pueden ser responsables (ética y legalmente) ante cualquier apología a la violencia u otros delitos como los de injurias y calumnias. Pero en lugar de censurar, los medios pueden optar por editar, filtrar, ordenar y administrar esos comentarios, siendo bien explícitos con sus usuarios sobre las reglas y los límites de la discusión. 
Es una tarea cara, claro, pero fundamental para seguir liderando la discusión ciudadana y la agenda pública.

Esa labor evitaría que se censuren críticas de gente bien intencionada que termina pagando los platos rotos por aquellos que insultan sin ton ni son. Gente que pudiera estar comparando conductas entre el gobierno argentino y el venezolano sobre el grado de desinformación respecto a la salud de Cristina y de Hugo Chávez. O que podrían comparar con las políticas más transparentes que se utilizaron en otros países para informar sobre el cáncer que padecían Fernando Lugo, Juan Manuel Santos, Dilma Rousseff o Lula da Silva.

Cerrando la puerta a los comentarios, se evita ese torrente de opiniones que servirían para presionar al gobierno de Cristina a que no informe a regañadientes sobre sus desmayos o manipule índices de pobreza e inflación. Torrente que clamaría por una esperada ley de transparencia y acceso a la información pública que obligue al gobierno a decir la verdad.

Los comentarios de la gente en los medios pueden ser dolorosos, pero prohibirlos desnaturaliza su función. La autorregulación clama más bien para que sean editados y ordenados, ya que administrar discusiones constructivas será siempre mejor opción. 

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...