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julio 25, 2016

Las olimpíadas (y el Mundial) deslucen a Brasil

Cuando en 2009 el ex presidente Lula da Silva anunció el Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro de este agosto, el gobierno brasileño exudaba optimismo y los brasileños tocaban el cielo con las manos.

Aquella algarabía oficial por mostrar al mundo un país potencia en desarrollo fue puro espejismo. Los dos mega eventos terminaron por desnudar a un país desigual, desordenado y putrefacto, tanto por la corrupción pública como por la contaminación de aguas fecales y deshechos humanos en la bahía de Guanabara.

Hoy, a diferencia del Mundial, no hay protestas anticorrupción. Fueron aplacadas por la destitución de Dilma Rousseff, el encarcelamiento de ministros y del propietario de la constructora Odebrecht. Sin embargo, sigue intacto el hastío de la gente por el desorden del gobierno y la máscara que esconde al verdadero Brasil.

Una encuesta del Instituto Datafolha revela que más de la mitad de los brasileños desaprueba los JO y que desenmascaran aún más las inconsistencias del país. Los JO han desnudado los problemas económicos de un Río en quiebra, un sistema estatal y federal incapaz de lidiar con la contaminación y concluir las obras programadas, algunas, concedidas a cambio de sobornos al mejor postor, como ocurrió con varios estadios mundialistas.

A los problemas endémicos, se les deben sumar los fortuitos, como los de seguridad y salud pública. Según Amnistía Internacional las víctimas fatales a manos de la policía se incrementaron en un 135% en los últimos meses. Y Los atentados en Niza, Alemania y masacres en EEUU suman preocupaciones a las fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia. Esta semana detuvieron a 10 jóvenes brasileños sospechosos de estar preparando atentados a nombre del Estado Islámico y detectaron webs con propaganda terrorista en portugués.

El zika que ha infectado a 163 mil brasileños, está más controlado en época de invierno, pero sigue sobrevolando sobre el espíritu olímpico. Algunos comités nacionales han dado libertad a sus atletas para participar en Río, siendo el basquetbolista Stephen Curry el caso más emblemático de los que optó por no ir por miedo al contagio.

Otro problema se genera alrededor de las cientos de favelas que anidan en Río. Si bien están más tranquilas que en el Mundial, no están tan pacificadas como anuncia la Policía. Muchas siguen en manos de narcos, milicias y parapoliciales que se disputan el territorio y la violencia excede sus límites. El ex astro Rivaldo fue enfático a principios de mayo cuando una joven de 17 años fue violada y asesinada en pleno Río. 

A sus más de 400 mil seguidores en Instagram les advirtió: “Las cosas se están poniendo más feas. Aconsejo a todos los que planean visitar Brasil para los Olímpicos, que se queden en sus casas”.

El entorno de corrupción internacional que envuelve al deporte tampoco ayuda para que Río se luzca. El Tribunal Arbitral del Deporte acaba de rechazar una apelación de 68 atletas rusos, acusados de doping en los juegos invernales de Sochi. La disputa es ardua y el Comité Olímpico Internacional (COI) deberá sentenciar esta próxima semana. Pero el Informe MacLaren de un investigador canadiense conocido esta semana fue categórico: El doping fue estrategia oficial del gobierno ruso.

Vladimir Putin no lleva las de ganar. Sobre él ya pesa el soborno pagado para realizar el Mundial de 2018 a la FIFA, cuyas máximas autoridades, después de gozar de décadas de impunidad e inmunidad, están en la cárcel o prófugos a la espera de duras sanciones. 

Pese a todo, las autoridades brasileñas no deben asumir todas las culpas. El Comité Olímpico Internacional no termina de concretar unas reformas de organización para que los JO sean más baratos, no desequilibren las cuentas y para que ciudades más chicas se ofrezcan como anfitriones.


Es que las ofertas son cada vez menores. Hamburgo desistió de ser candidata, mientras que Roma y Budapest analizan hacerlo. Cada Olimpíada, en lugar de potenciar a la ciudad anfitriona, termina por hipotecar su futuro con presupuestos distorsionados. Río sobrepasó el suyo en 51%, y si bien está lejos de los desastres económicos de Atenas, Beijing y Londres, los costos y peligros potenciales, opacan a los beneficios soñados. trottiart@gmail.com

enero 17, 2013

“Que la gente decida”


Las palabras del famoso ciclista estadounidense, ahora en aprietos, Lance Armstrong, son parte de su acostumbrada manipulación que durante su carrera ha hecho de quienes lo rodeaban, como quedó demostrado en evidencias y estudios recopiladas por la agencia antidopaje y en sus propias confesiones que esta noche y mañana serán divulgadas por la diva televisiva Oprah Winfrey.

La frase “que la gente decida” no es más que ocultarse detrás de la popularidad que todavía le pregonan muchos incrédulos. Es parte de la demagogia que en otras épocas utilizó – incluso legalmente – para atacar a sus víctimas y hacerse la víctima ante quienes lo acusaban de mantener una increíble y perfeccionada maquinaria con la que llegó a extorsionar a sus compañeros de equipo y sobornar a las autoridades de la Unión Ciclista Internacional.

Más allá de esa maquinaria de dopaje, y las consecuencias que sufrirá en los estrados judiciales luego de haber sido despojado de sus siete coronas en el Tour de Francia; lo que realmente duele es cómo a esa gente que ahora pide que decida, se nos haya caído la confianza en un ídolo que creíamos héroe e insuperable.

Comparado a muchos deportistas que nos han engañado con el uso de esteroides o distintos tipos de doping, ninguno tenía la jerarquía universal de Armstrong conseguida gracias a un cáncer cuya superación utilizó como trampolín para alcanzar los logros más importantes de su carrera: ganar títulos y mantener una fundación, Livestrong, para investigar y luchar contra el cáncer.

Probablemente otro golpe fuerte haya sido el de Maradona cuando en el Mundial de EE.UU. se descubrió que su fuerza atlética y goles estaban bajo los efectos del dopaje. Pero aquel personaje fue solo traición para un país y para amantes del fútbol, muchos de los cuales ya sabían de sus desventuras con las drogas y vida disipada.

El dopaje confeso de Armstrong es distinto. Armstrong era un atleta universal que estaba por arriba de cualquier bandera, por eso su dopaje termina siendo una traición a la confianza universal depositada. En la actualidad, creo que Lionel Messi y Lebron James, son los únicos atletas populares y de talla universal que producirían, en caso de que hubieran alcanzado sus records con la ayuda de drogas anti deportivas, una decepción de esa magnitud.

Pero más allá del dopaje, lo de Armstrong es mucho peor. No solo consumió drogas, se hizo trasfusiones de sangre y utilizó otros métodos alocados, sino que obligó a sus compañeros de equipo a hacerlo, y por años amenazó a medio mundo para ocultar la verdad. También vino desmintiendo por años cualquier sospecha o acusación y lo hizo con total desparpajo ante jueces, sponsors y rivales.

Lo de Armstrong tiene proporciones muy superiores a la de otros atletas que solo tienen la complicidad de sus entrenadores y médicos personales. Lo de Armstrong no fue accidental, premeditado y con alevosía. De ahí que el jefe de la agencia estadounidense antidopaje, Travis Tygart, luego de haber publicado evidencias en más de mil páginas, haya calificado el programa de dopaje de Armstrong como el “más sofisticado, profesionalizado y exitoso en la historia del deporte”.

No creo, por ello, que la gente tenga que tomar alguna decisión como Armstrong pide. Ya fue mucho tener que soportar todas las mentiras, ahora le toca a las autoridades la decisión y a nosotros, el público, solo tratar de entender y ser compasivos con quien no lo fue.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...