Ciertos gobiernos latinoamericanos no cesan de exhibir una ambigüedad cínica cuando les toca definirse en el ámbito de la democracia. Esta semana desistieron de invitar a Honduras a la cumbre presidencial en Cancún porque el golpe de Estado era incompatible con los objetivos democráticos del encuentro, pero sin ningún escrúpulo recibieron con grandes abrazos a Cuba con sus 51 años de sangrienta dictadura y a Venezuela con los 11 de progresivo autoritarismo.
Mientras Raúl Castro y Hugo Chávez distraían con amañados discursos anti imperialistas a una audiencia de colegas impávidos, en Cuba el gobierno dejaba morir al disidente Orlando Zapata tras una huelga de hambre de 83 días con la que buscaba reconocimiento como “preso de conciencia”; y Venezuela recibía un severo informe sobre violación a las libertades individuales, elaborado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA.
La muerte de Zapata concitó la repulsa inmediata de Estados Unidos, de la Comunidad Europea, en particular de Francia y España. En cambio, los presidentes latinoamericanos optaron por el silencio. El brasileño, Ignacio Lula da Silva, por hallarse de visita en La Habana, fue presionado a pronunciarse, pero su tímido lamento hipócrita, se sumó al cinismo de su par cubano, quien insólitamente recriminó a EEUU por el incidente, objetando que en Cuba no existen torturados ni presos políticos, “como en Guantánamo”.
El paso de Lula da Silva por Cuba fue lamentable. No porque se retrató junto al “trofeo mayor” de la dictadura como ya lo hizo una docena de presidentes latinoamericanos, sino por su reiterada torpeza en desconocer la existencia de una disidencia con más de 200 presos políticos que el gobierno no puede ya ocultar, y más de 50 opositores a los que detuvo o forzó a permanecer en sus casas para evitar protestas públicas o que asistan al entierro de Zapata.
Chávez pavoneó su habitual cinismo en la Cumbre de Cancún. Junto a otros líderes del Alba, aprovechó para tirar loas a la futura Comunidad Latinoamericana y del Caribe, con un dejo de sarcasmo por la exclusión de EEUU y Canadá, países que lejos de reprochar el gesto, alabaron que haya un nuevo foro donde limar asperezas, buscar unidad y cooperación.
Su intención también fue seguir desacreditando a la OEA y a la CIDH, a la que aborrece por ser la caja de resonancia donde llegan los venezolanos a denunciar y buscar la justicia que no encuentran en los tribunales de su país.
Los informes de la CIDH de todos los años le incomodan, pero por el de esta semana, al que llamó “basura”, amenazó con renunciar a la organización. Claro que es solo una jugada retórica, porque si la OEA fuera menos débil, antes que su renuncia, correspondería que Venezuela sea expulsada, sancionada y aislada, como sucedió con Cuba y recientemente con Honduras.
El documento de más de 300 páginas no sorprende con denuncias nuevas, pero su valor radica en que esquematiza las violaciones, dentro de un marco de impunidad profunda, falta de independencia judicial y serias restricciones de asociación y de expresión.
El informe es un rosario de atropellos. Denuncia la inhabilitación de 260 candidatos opositores; la inexistencia de concursos públicos para cargos judiciales; el procesamiento penal de 2.200 personas por manifestarse en público; cierre de medios de comunicación; excesivo uso de fuerza estatal; existencia de grupos paramilitares y galopante inseguridad ciudadana.
Lo significativo es que la muerte de Zapata y el informe de la CIDH corporizan violaciones sistemáticas a los derechos humanos, permitiendo que se comprenda la gravedad que atraviesan ciudadanos en ambos países. De esta forma, se evita que caigamos en la superficialidad de la sarcástica retórica de micrófono, con la que los líderes nos regalan epítetos divertidos que solo sirven de comidilla en las redes sociales o de ring tones de celulares, como el “sea varón”, “vete al carajo”, “por qué no te callas” o el “aquí huele a azufre”.
Es condenable que haya presos políticos y perseguidos en nuestra América Latina, pero es tan reprobable como nefasto, que haya gobiernos que finjan que estos crímenes no existen. De continuar este cinismo e hipocresía, nuestro continente flaqueará en credibilidad y en promover verdadera democracia.
Quiero contarles sobre los procesos creativos de esta nueva historia sobre la verdad, la libertad y el miedo al futuro. Es mi nueva novela y espero publicarla cuando se sincronicen los planetas (las editoriales) o cuando se me acabe la paciencia y decida autopublicar -- Los contenidos de mi blog Prensa y Expresión están en el archivo. Blog por Ricardo Trotti
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