La noticia y los rumores en torno al futuro papa van
ganando terreno. Ayer el editorial del diario The Boston Globe se inclinó a
respaldar al cardenal de Boston, el capuchino Sean O’Malley.
En casi todos los medios hubo resonancia sobre la
posibilidad de que es considerado un servidor humilde, que viene de la
filosofía de Asís, y quien ha sido firme y enérgico contra la pedofilia. Dio
lucha sin cuartel en su Arquidiócesis de Boston, donde fue enviado por el ahora
Papa Emérito, Benedicto XVI, para limpiar los delitos de pederastia, acompañar
e indemnizar a las víctimas y hacer pública la vergüenza de la Iglesia.
Pero O’Malley es mucho más que un cardenal firme. Es
un personaje carismático, bondadoso, generoso, humilde, amigo de los pobres y
más vulnerables. En mi caso y en el de mi familia, se trataría de algo
inigualable. Tiempo atrás con mi esposa lo visitamos como cardenal aquí en
Boston. De él tenemos los más grandes recuerdos, no solo bautizó a nuestro hijo
mayor, sino que a mí me ayudó a encontrar mi vocación como periodista dándome
trabajo en El Pregonero, un periódico en español que él fundó en la
Arquidiócesis de Washington cuando dirigía el Centro Católico Hispano.
Después de aquella visita en noviembre de 2011, lo
dejé retratado en mi columna semanal bajo el título “Las sandalias del sanador”.
No tengo dudas – y le sucede a muchos de los que lo
conocen – que se trata de una persona extraordinaria. Sean O’Malley tiene la
firmeza, la tranquilidad de espíritu, el don de la pobreza, el pragmatismo, el
espíritu ecuménico y la firmeza necesaria para reformar y modernizar la
Iglesia.