sábado, 30 de abril de 2016

Tras la ruta del dinero

Abril es un mes importante para el Periodismo en EEUU. Se entregan los prestigiosos Pulitzer que premian el servicio público de medios y periodistas que denuncian lo que muchos quieren que permanezca en la oscuridad, en especial las rutas del dinero mal habido, público o privado.
La agencia AP ganó un Pulitzer este año por un reportaje sobre el abuso humano en la industria pesquera del sudeste asiático que determinó la liberación de dos mil esclavos.
No todas las investigaciones tienen suerte. Una excelente del The Miami Herald quedó sin premio, aunque puso a un grupo de policías de Bal Harbour, zona del sofisticado shopping mall de Miami, en el banquillo de la Justicia. Los agentes habían incautado 74 millones de dólares a unos narcotraficantes por lavado de dinero. Luego de sus pesquisas, para las que usaron más de dos millones en lujos, pasajes de primera clase y hoteles cinco estrellas, le devolvieron el dinero a los narcos sin ton ni son. Nadie fue arrestado.
En América Latina las investigaciones del Periodismo son hasta más resonantes, pero la diferencia es que la Justicia no actúa en forma rápida y eficiente, ya sea por negligencia, falta de recursos y sometimiento al poder.
La corrupción suele ser tema recurrente en la conversación pública y el debate político, argumentándose siempre las mejores prácticas para debilitarla. En especial cada vez que en un país y en una época se toca fondo y resurge la idea del saneamiento moral. Se echa a los políticos como podría pasar en Brasil y se renuevan las autoridades como ocurrió tras el “corralito” argentino. Pero luego, como por arte de magia, se incurre en iguales o peores abusos que en el pasado.
A menudo se desaprovechen los momentos de quiebre en los que la sociedad reclama más ética y moral. Puede pasar de nuevo con la intención del Congreso de México que, presionado por 634 mil firmas de ciudadanos, creará el Sistema Nacional Anticorrupción. O con la iniciativa de ley de Elisa Carrió en Argentina que obligaría transparencia a sindicalistas y contratistas con el Estado para reducir los altos niveles de enriquecimiento ilícito.
Para esos puntos de quiebre no faltan oportunidades. Una de ellas son los Panama Papers. Pero incluso con la filtración de documentos que compromete a muchos líderes de gobiernos y corporaciones con compañías off-shore con las que evadían y lavaban, no se observó que los sistemas judiciales hayan actuado con premura investigativa, más bien se los notó cautos e incrédulos.
Hubo sí buenas reacciones políticas. El gobierno panameño, siempre refugio de secretos y evasores, firmó acuerdos de transparencia financiera con Alemania. Y Mauricio Macri, aunque no convenció con su defensa, aceptó presentarse ante la justicia. En Argentina, por otro lado, la ruta del dinero K se transformó en una búsqueda del tesoro escondido (y enterrado) en las estancias de Lázaro Báez, una muestra de la labor titánica que deben hacer las fiscalías para encontrar lo que se le robó al pueblo.
Brasil es un caso aparte. Dilma Rousseff puede quedar en la calle por malversación, aunque de los 547 legisladores que la enjuiciarían, más de la mitad tiene cuentas pendientes ante la Justicia. Venezuela es caso de diván. Nicolás Maduro representa el mayor embauque de la historia moderna; la de un chavismo que le ha robado a mansalva a un pueblo al que cínicamente idolatra como centro de la revolución.
El caso de Rafael Correa es sintomático. Acusó a los periodistas de los Panama Papers, porque no revelaron que él y su gobierno eran honestos. Esta semana se supo que el Presidente y su hermano Fabricio fueron investigados por la oficina anticorrupción panameña por una empresa off-shore, una honestidad que ya había sido comprometida en “El Gran Hermano”, un libro que denuncia como benefició a su hermano con la adjudicación de obras públicas.
Lamentablemente no se aprovechan las oportunidades ciclotímicas en las que se reclama ética y castigos para derrotar la corrupción. La falta de voluntad política, las escasas herramientas que se le dan a la Justicia y la cultura general de la viveza criolla, alimentan ese círculo vicioso de corrupción e impunidad, que genera no solo un clima asfixiante, sino uno extremadamente riesgoso para la salud misma de la democracia.

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