Como si algo le faltara a
las coloridas elecciones presidenciales en EEUU, la Justicia se metió de lleno en
la campaña, incitando mayor polarización entre
republicanos y demócratas, y entre Barack Obama y un Congreso que no le
obedece.
No entró a la contienda por
algún fallo electoral, sino por la muerte del magistrado Antonin Scalia, uno de
los nueve jueces de la Corte Suprema que ahora quedó en un equilibrio peligroso,
justo cuando debía decidir sobre inmigración y calentamiento global, dos temas sobre
los que Obama quiere construir su legado en los últimos meses en la Casa
Blanca.
Tanto Obama como el Senado
dominado por la oposición, que tienen la potestad de nombrar y vetar al
reemplazante de Scalia, buscan agua para su molino. Obama quiere un juez menos
sedicioso que no le siga bloqueando sus iniciativas en inmigración, medio
ambiente y reforma sanitaria; mientras que el Senado espera que el 8 de
noviembre se elija de presidente a un republicano, quien podrá designar a un magistrado
tan conservador como Scalia.
La controversia no es menor
en un país que los fallos de la Justicia pueden tener más fuerza que las leyes
del Congreso o los decretos del Ejecutivo. La cultura estadounidense ha sido
moldeada por los jueces supremos, ya sea porque inhibieron leyes racistas, declararon
legal el aborto, permitieron que quienquiera porte armas, que se queme la
bandera o que el matrimonio pueda consumarse entre personas del mismo sexo.
Scalia era tan conservador
como la Constitución misma. En algunos fallos trascendentes sobre matrimonio y
aborto, recordaba que esos temas no estaban en la Constitución por lo que
debían ser zanjados por poderes electos, y no subordinados a nueve abogados que
nadie había elegido.
Igualmente, sus opiniones jurídicas siempre sirvieron para equilibrar las de otros magistrados más progresistas, alineados a la ideología del Partido Demócrata. No obstante y a diferencia de lo que sucede en otros países con magistrados sumisos al poder de turno, Scalia supeditaba sus fallos a su forma conservadora de pensar, pero no a los intereses ideológicos del Partido Republicano.
Con el reemplazo de Scalia o
sin un nuevo magistrado, Obama tiene más allanado el camino para su reforma migratoria,
una orden ejecutiva para regularizar a millones de inmigrantes indocumentados, que
ha sido combatida en las cortes por muchos gobernadores republicanos de estados
como Texas, que la consideran anticonstitucional, y a quienes se preveía que Scalia
les daría la razón.
Sin Scalia, Obama también podría
anotarse una pronta victoria en materia de calentamiento global. Es que una
semana antes de fallecer, Scalia había inclinado la balanza, 5 votos a 4, a
favor de varios estados cuya economía depende del carbón y el petróleo, y que habían
protestado una orden administrativa de Obama que impone reemplazar la
explotación de las energías fósiles por las renovables.
El Plan de Aire Limpio de
Obama es trascendente por dos razones. Primero, por ser la primera vez en la
historia que un tema llega a la Corte Suprema por otra vía que no sea un tribunal
de apelaciones. Segundo, porque Obama se comprometió en la Cumbre de Cambio
Climático de París en diciembre, a que EEUU reduciría los gases de efecto invernadero
en un 28% para 2025, contagiando a la Unión Europea y a China a que adopten
objetivos similares.
Sin Scalia probablemente los
estados díscolos pierdan la pulseada. Sin embargo, como bien apunta el New York
Times, una justicia equilibrada con ocho miembros pudiera “prolongar la incertidumbre”
de la sociedad sobre otros temas que necesitan definición, como la obligación
de empleadores a repartir métodos anticonceptivos o la acción afirmativa universitaria
que favorece la incorporación de alumnos de minorías, más allá de requisitos
académicos.
Por el bien común, Obama y el Senado necesitan pronto acordar y nombrar al noveno magistrado. Es irrelevante que coincida o no con el pensamiento de Scalia, lo importante es mantener ese desequilibrio equilibrado de la Corte que le da valor a la Justicia en una democracia. Así como el dicho “muerto el rey, viva el rey” servía para despedir al soberano y honrar la monarquía, vale la pena una alegoría por Scalia: “Muerto el juez, viva la Justicia”.
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