La fiscal general estadounidense Loretta Lynch cumplió su palabra. Tras
anunciar en junio que "iremos por más" después de culminar la primera
etapa de investigación sobre corrupción en la FIFA, este diciembre encauso a
otros 30 malandras de alto vuelo que usaban a la máxima institución del fútbol
para sus chanchullos.
El mensaje de Lynch fue contundente camino al 2016. Dijo que la espiral de
corrupción que se viene fraguando desde hace 25 años desde la FIFA, por
un total de 200 millones de dólares, es repugnante, inadmisible e intolerante y
que perseguirá a cualquier culpable que permanezca en la sombra: "Nadie
escapara de nuestro foco".
Sin dudas fue una de las mejores noticias del 2015. Una forma de terminar el
2015 con la esperanza de que se puede combatir la corrupción y que la justicia,
tarde o temprano, cuando existen recursos, rigurosidad profesional e
independencia, puede corregir errores y crear disuasivos para que otros
corruptos desistan de sus fines.
Que haya corrupción entre gobiernos y la empresa privada especialmente en su
relación con el Estado es lamentablemente normal. Lo que aquí sorprende
es la avaricia de dirigentes de todos los colores y nacionalidades, como el ex
presidente de Honduras Rafael Callejas o un juez constitucional de Guatemala,
que se mantuvieron unidos por 25 años dentro de una rosca sin fin.
Lo importante es que la FIFA, que se manejaba como un Estado con sus propias
reglas y sanciones y castigaba los "delitos" como si fueran fallas
éticas, se ha quedado sin la inmunidad de sus propios privilegios. Todo esto,
porque los corruptos usaron entidades crediticias de EEUU para sus
transferencias y conspiraron para lavar dinero.
Lo que se vio este diciembre y se verá en 2016 ya no es tanto la rigurosidad
Investigativa de la ministra de Justicia de EEUU, sino la acción de soplones y
arrepentidos que, a cambio de reducción de penas y multas,
"traicionarán" a sus antiguos colegas con tal de salvar en algo su
pellejo. Si el grupo de corruptos no ha tenido moral para traicionar a todo el
mundo del fútbol, menos lo tendrá para delatar a sus propios compañeros de
faena.
El último peso pesado acaba de caer esta semana, el resistido secretario general
Sepp Blatter, que aunque pende sobre el una investigación de las justicias
suiza y estadounidense, término acusado por falta de moral. El tribunal de
ética de la FIFA decidió que el y su pupilo, el célebre Michel Platini, no
podrán participar de ninguna actividad en el fútbol por ocho años por un
desfalco de unos dos millones de dólares.
La única diferencia que hay entre este diciembre y junio, es que la opinión
pública y los medios ya no le dieron tanta atención a los hechos. No es porque
los delitos sean menos graves - fraude, asociación ilícita y conspiración para
el lavado de dinero entre dirigentes de la FIFA y ejecutivos de empresas de
mercadeo deportivo - sino porque las denuncias ya no son novedad y la
corrupción, lamentablemente, está institucionaliza y aceptada.
Seguramente las acciones de la fiscal general estadounidense darán sus frutos
para el 26 de febrero cuando la FIFA tenga que elegir a sus nuevas autoridades.
Pero más allá de las elecciones, lo importante será que la institución, por
respeto al mundo del fútbol, cree una estructura de controles éticos internos,
con compliance officers y Ombudsmen, para que ayuden disparar las alarmas anti
corrupción y disuadan a otros dirigentes que puedan seguir viendo a la FIFA
como su botín como ha ocurrido por más de dos décadas impunes.
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