La vida de Woody Allen
parece tan surreal y compleja como la de sus personajes. Se le reconoce por su
inigualable talento profesional como guionista y director de películas
freudianas; pero, también, por una conducta personal escandalosa, rematada por el
matrimonio con su hija adoptiva y porque otra lo acusó de abuso sexual.
A pocas semanas de que consiga
otro Óscar, esta vez por Blue Jasmine, la industria del cine quedó en shock y
desorientada. En carta abierta al New York Times, Dylan Farrow, hija adoptiva
de Allen y Mia Farrow, volvió a denunciar que hace dos décadas su padre la
violó en un ático cuando tenía apenas 7 años.
La denuncia sorprendió
por extemporánea, máxime porque el pleito pareció saldado en 1993 cuando la
justicia cerró el caso pese a “dudas razonables”. Dylan, ahora de 28 años, dice
estar arrepentida de su silencio. Cree que exponer al abusador ayudará a
proteger a otras niñas. Su motivación se elevó en enero con los Globos de Oro,
cuando vio que a su padre depredador le rendían pleitesía por su ilustre
trayectoria artística.
Muchos acusan a Dylan de
seguir el libreto de su madre, atormentada y despechada desde que Allen la
traicionó para casarse con su otra hija adoptiva, Soon-yi Previn. Más allá de
lo que se piense, lo interesante es que Dylan se erigió en juez de Hollywood, siempre
ambiguo y esquivo a la hora de juzgar a sus talentos.
Más inclinado a la
presunción de inocencia de Allen y a restarle credibilidad a Farrow - quien
denunció que el hijo biológico de ambos es en realidad de Frank Sinatra – Hollywood
no la tiene fácil. La Academia de Artes y Ciencias no suele distinguir entre el
talento profesional y la conducta personal. El mismo Allen y otros productores
defendieron al director Roman Polanski o al mimado de Elizabeth Taylor, Michael
Jackson, pese a que ambos fueron procesados por violación de menores.
Ante esa defensa
corporativa que parece premiar el talento creador por sobre la conducta
pervertida, Dylan los desafió a todos. A la Academia para que no peque de
ingenua premiando a un abusador; y a Cate Blanchet y Alec Baldwin,
protagonistas de Blue Jasmine, y al grupo selecto de actrices de Allen, Emma
Stone, Scarlett Johansson,
preguntándoles qué harían si la abusada fuera su hija. Contra Diane Keaton, ex
pareja de Allen, fue más directa: “Me conociste cuando era una niña. ¿Me has
olvidado?”.
Antes de esta denuncia, la Academia la tuvo
más fácil, porque los escándalos eran por conductas personales auto infligidas,
en el que el consumo de sustancias tóxicas se llevó vidas como la reciente del actor
Philip Seymour Hoffman, la de Whitney Houston y la de Heath Ledger, abatido
después de su excelente interpretación del joker en la última de Batman.
Y es que en ese mundo histriónico, hasta en el
escenario de los Oscar se bromea sobre la desgracia ajena, como las asiduas
visitas de Robert Downey Jr, Michael Douglas, Samuel
L. Jackson o Drew Barrymore a clínicas de rehabilitación; así como en otros
círculos, la malas conductas se reciclan, pasan de Paris Hilton y Kim
Kardashian a las actuales de Miley Cyrus y Justin Bieber.
Tal vez algo será distinto este 2 de marzo cuando
actores y actrices suban al escenario a recibir sus estatuillas. Habrá que
observar si la denuncia de Dylan los obligará a abrazar la causa del abuso
sexual infantil, o preferirán seguir abrazando otras causas justas, pero menos controversiales
y comprometidas, como el sida, el fin de la guerra en Irak, el cambio climático
o los derechos de los homosexuales.
Tampoco hay que olvidar
que Allen es inocente. Nunca enfrentó cargos, las acusaciones en su contra
prescribieron e investigaciones de fiscales y documentalistas no pudieron
comprobar su culpabilidad.
Sin embargo, Woody Allen
no debería quedarse con esa inocencia sin sentencia y desconocer las denuncias
actuales, de lo contrario corre el riesgo de que su conducta personal siga
mancillando su talento artístico. Ante estas denuncias, en vez de acusar a
Farrow y Dylan de malvadas, le sería más beneficioso pedir la apertura de un
nuevo proceso judicial, para disipar las “dudas razonables” y confirmar su inocencia.
Porque aunque no siempre
la Justicia tiene la razón, sin ella la verdad parece esquiva.
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