El papa Francisco sigue
impactando no solo por frases célebres como que quiere “una Iglesia pobre para
los pobres”, ni por los gestos de
austeridad y amabilidad, sino también por haber puesto a las mujeres en el
centro de la escena.
En sus dos primeras
audiencias con jefes de Estado en los primeros días de su nuevo trabajo, el
nuevo Pontífice escogió a su compatriota Cristina de Kirchner y a la presidenta
de Brasil, Dilma Rousseff.
La audiencia con su compatriota
no solo sirve como gesto de cortesía, sino para desenmarañar una relación
bastante fría que como corolario tiene una negativa de 14 audiencias que Cristina
le negó a Jorge Bergoglio como cardenal de la Arquidiócesis de Buenos Aires. La
reunión con Dilma Rousseff, seguramente tiene más que todo un reconocimiento al
país más católico del mundo y para ver la estrategia de su visita para cuando
en julio se celebren las jornadas mundiales de la juventud.
Pero más allá de los
intereses y gestos particulares, es una buena indicación que el Papa haya
elegido que sean dos dignatarias y latinoamericanas las protagonistas de sus
primeros actos de gobierno.
Pudiera esto ser un símbolo
de la necesaria renovación de la Iglesia que tiene por encargo el nuevo papa,
entre otras cosas de tener que utilizar bisturí de quirófano para limpiar la
cúspide de la curia, hacerla un cuerpo más descentralizado en las decisiones y
darle a la mujer un lugar de mayor preponderancia, así sea en las tareas de
liderazgo o permitiéndoles que se ordenen en el sacerdocio.
Ya ha quedado muy claro en
la historia de la Iglesia que la conducta de los hombres es reprochable y que
son muchos las fallas y crímenes que se han cometido. Una mayor inclusión de
las mujeres permitiría que la Iglesia sea más piadosa y misericordiosa, dos
calificativos que están en la mente y los ejemplos de vida del papa Francisco.
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