Un electrizante debate se ha instalado en Chile, cuyo desenlace puede tener amplias repercusiones en la región. La ley no prohíbe que se hagan actos de homenaje sobre figuras controversiales, como la del dictador Augusto Pinochet, pero ¿es ético que se realce la figura de una persona, a cuyo régimen se le achacan más de 3.000 desaparecidos y responsable del golpe de estado contra Salvador Allende?
Los más críticos piden que se prohíba el acto para que no haga apología del delito ni de la dictadura; los más mesurados, incluido el presidente Sebastián Piñera, no creen que el acto sea bueno pero dicen que no pueden impedir que la gente se exprese; y otros creen que tienen todo el derecho a celebrar sus actos y homenajear a quienes consideren que representan su sentir.
El caso es tan apasionante como educativo, ya que del desenlace se desprenderá una buena enseñanza sobre valores encontrados. Seguramente, ante esta sorpresiva instancia y ante el vacío legal, algún legislador pronto preparará un proyecto de ley para que se prohíba ensalzar figuras como la de Pinochet, de la misma forma que en varios países hay legislación en contra de expresiones de odio, como las que podrían motivar grupos de neonazis para celebrar a Hitler.
Pero el problema es que en Chile la figura de Pinochet no concentra el consenso necesario para que sea condenado o vilipendiado o, al menos, su causa tiene tantos detractores como seguidores. Muchos ven a Pinochet como la figura que rescató a Chile del comunismo y proyectó al país hacia una bonanza y disciplina de la que ahora todos disfrutan. Por otro lado, los otros, ven a un dictador sanguinario violador de los derechos humanos de sus ciudadanos.
Los datos más concretos que condenan a su gobierno, según un informe oficial de agosto de 2011, indican que Pinochet, quien murió en 2006, luego de un intríngulis procesal internacional, no fue condenado en su país por los más de 3.000 muertos y desaparecidos y las 37.000 personas encarceladas y torturadas que dejó su dictadura.
El debate en torno al homenaje es fuerte y puede ser tan enriquecedor como la tolerancia que los chilenos, de uno y otro lado, se impongan para debatir un tema tan importante en la historia moderna de su país.
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