A juzgar por el informe sobre el estado de la nación que presentó el martes al Congreso, el presidente Barack Obama sabe que enfrenta serias dificultades para su reelección en noviembre. Sus triunfos están en política exterior con la muerte de Osama Bin Laden, la retirada de las tropas de Irak y la eliminación de Gaddafi en Libia, temas apenas mencionados; mientras que un 90 por ciento de su alocución lo dedicó a la economía, Talón de Aquiles de su Presidencia.
La desproporción del tiempo no fue casual. Obama sabe que ningún líder de EE.UU. retuvo la Presidencia por sus logros en política exterior, sino por la buena marcha económica del país, el crecimiento del empleo y la confianza de los consumidores. Y según encuestas de Gallup, estos índices están peor ahora que en la época del ex presidente Jimmy Carter.
La maltrecha economía que heredó de George W. Bush no le da respiro. Desde su primer informe ante el Congreso en 2009, Obama se ha enfocado en los mismos objetivos para resolver los problemas económicos. Crear nuevos empleos, recortar impuestos, reducir el gasto público, desarrollar energías renovables, optimizar la competitividad, mejorar la educación y la salud, y proteger a ciudadanos e intereses estadounidenses en el mundo.
El mandatario estadounidense es muy buen orador, pero en la repetición de promesas incumplidas reside su debilidad. El republicano que salga triunfador de las primarias de la Florida esta semana, Mitt Romney o Newt Gingrich, sabrá donde pegar. Los pre candidatos entienden que con su discurso del martes, Obama inició la campaña electoral apoderándose de viejas fórmulas republicanas al prometer menos impuestos, más producción en industrias tradicionales y gobierno más chico, incluso adoptando lemas de Abraham Lincoln, sobre que el gobierno debe hacer solo aquello que los ciudadanos no pueden hacer por sí mismos.
En sus cuatro arengas sobre la situación del país ante los legisladores, Obama los acusó de polarización partidaria y de coartar sus promesas de campaña, como las reformas de salud e inmigración. Pero si bien hubo obstrucciones, también exagera en buscar chivos expiatorios, porque tampoco logró sus metas cuando en el capitolio soplaron vientos demócratas, época en la que sí logró consensos para impulsar los planes de Rescate y Estímulo en 2009, y disponer de trillones de dólares para apuntalar la confianza en el sistema.
En una economía tan deshecha, los triunfos son imperceptibles. Y por eso hay que reconocer que Obama supo poner nuevas reglas, ajeno a la política del castigo que para muchos merecían las industrias bancaria y financiera después de la burbuja especulativa. No impuso al Estado sobre el sector privado, ofreció incentivos fiscales a los pequeños negocios y obligó a otorgar créditos para la compra de automóviles, viviendas y pagar estudios universitarios.
Aunque todavía no logra resolver que 11 millones de inmigrantes indocumentados sean carne de negociación, que los precios de la salud y la educación sean cada vez más estratosféricos, Obama es consistente sobre su visión de la economía. Aboga por una mejor infraestructura, para hacer más veloces ya sea a los ferrocarriles o al internet, insiste en la educación de ciencias y matemáticas y mayor innovación en el campo de las energías. Pero como de la visión a los hechos hay un trecho, en estos temas EE.UU. se mantuvo a la zaga de otros países industrializados y superado por economías emergentes como las de China e India.
Luego de insistir por años en créditos e incentivos fiscales para el desarrollo de energías renovables y la educación terciaria, Obama sumó esta vez a su repertorio repatriar empleos que las compañías estadounidenses exportaron, aumentar las exportaciones a nuevos mercados de libre comercio como los de Panamá y Colombia, y aumentar los impuestos a los ricos, lo que según los republicanos inhibe la creación de empleos y desestimula la inversión.
A Obama le queda poco tiempo. En esta nueva carrera contra reloj poco importa si es Nobel de la Paz, si declara la guerra a Irán, si cierra Guantánamo, desconoce el cambio climático o prefiere atacar la obesidad de los niños que el consumo de drogas entre jóvenes. Como en un deja vu de otras épocas presidenciales, solamente será juzgado por el estado de la economía.
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