lunes, 23 de mayo de 2011

“Hasta la vista, baby”


Su frase actoral como Terminator debería ser la lápida que Arnold Schwarzenegger puso sobre su carrera política: “Hasta la vista baby”.

Su peor falta no es un crimen, pero la forma en que manejó su adulterio, manteniendo por 20 años a una empleada y a un hijo extramatrimonial con su propia familia, su esposa María Shriver y sus cuatro hijos, lo hacen una ilícito ético execrable.

A diferencia del supuesto crimen del presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, quien habría intentado violar a una camarera en una suite de un hotel en Nueva York, el adulterio del ex gobernador de California, se transforma en un delito mucho más aberrante por haberlo cometido y consentido dentro de su casa y frente a los ojos de su propia familia.

La violación sexual es uno de los crímenes más aberrantes y degradantes de la raza humana, de ahí que se entienda que Muamar al Kadafi haya usado esta “arma” – y se la haya usado en toda la historia – para dominar a las fuerzas rebeldes, según dieron testimonio varias mujeres violadas en las últimas semanas.

Pero sobre este tipo de crímenes, de hacerse justicia, y aunque la reparación para la víctima jamás servirá totalmente, por lo menos se delimitan responsabilidades y castigos. La sociedad está preparada para lidiar con estos males.

En el caso de Schwarzenegger, su gravedad radica en que no se trata de un delito que puede ser castigado, sino de una severa falta de ética de la cual todas las opciones perjudican a su familia y su entorno. No se sabe todavía cuál era el alcance del conocimiento de su esposa y sus hijos sobre la relación con la empleada doméstica guatemalteca que dejó la casa en enero pasado y su hijo fuera del matrimonio.

Más allá del resultado de los nuevos detalles que aparecerán en uno u otro caso, ojalá que estas faltas cometidas por el ex gobernador y por el ex presidente del FMI, de ser verdad, sean lapidarias para que no puedan ejercer la función pública. Lamentablemente, a otros abusadores, como el caso del italiano Silvio Berlusconi y el ex presidente Bill Clinton, sus abusos sexuales simplemente les sirvieron para allanar el camino hacia otras actividades políticas.      

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