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junio 22, 2011

Escándalos sexuales y económicos


A juzgar por los escándalos más recientes, parece que las causas de la corrupción tienen un tono diferente en los países más ricos y en los menos desarrollados. En las naciones pobres, la corrupción a menudo se ve ligada a los delitos económicos; mientras que en las ricas, está más asociada a trasgresiones de tipo sexual.

Así se desprende del caso del diputado demócrata estadounidense, Anthony Weiner, quien tuvo que renunciar hace unos días por exhibicionismo sexual, mientras en Brasil, el jefe de gabinete ministerial, Antonio Palocci, dimitió por denuncias de enriquecimiento ilícito; ambos por presión de sus colegas y ciudadanos.

Bajo el mismo patrón de conducta de Palocci, en Latinoamérica casi todos los días explotan casos ligados a enriquecimiento ilícito, fraude, soborno, malversación de fondos o se descubre que alguna campaña electoral está siendo subvencionada con fondos foráneos, como acostumbra hacer el presidente Hugo Chávez. Mientras tanto, en Estados Unidos, el de Weiner, a pesar de ser un caso con alta repercusión en los medios, tanto por sus fantasiosos argumentos para negar los hechos como por la exhibición creativa de sus genitales a través de Twitter, se trató de un caso menor comparado a otros escándalos sexuales aún frescos en la memoria.

El más patético lo protagonizó el famoso ex gobernador de California, Arnold Schwarzenegger. No fue un simple caso de adulterio; su amante por 20 años, empleada doméstica con quien tuvo un hijo, convivía bajo el mismo techo con su esposa y sus otros cuatro hijos. Un caso hasta más enfermizo le correspondió al ahora ex presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, a quien se acusó de intento de violación contra una camarera en un hotel neyorkino.

Otros hechos tuvieron líneas difusas entre el sexo y el dinero, acabando con las aspiraciones de los involucrados. Como las mentiras del senador John Edwards, quien habría usado fondos de la campaña electoral para tapar una relación e hijo extramaritales, mientras su esposa batallaba contra un cáncer que terminó por vencerla en diciembre. O las del gobernador de Carolina del Sur, Mark Sanford, quien acabó confesando que usaba dineros públicos para visitar a su amante en Argentina, mientras su señora y electores lo creían de vacaciones.

En América Latina no es que los políticos rehúyan a líos de faldas, pero no ocasionan polémicas mayores. La cultura machista diluye pormenores, calla denuncias y todo lo convierte en anécdotas y chacota. Las infidelidades o desviaciones sexuales no cortan carreras políticas ni activan renuncias. Los ejemplos sobran. Así sean las aventuras sexuales del ex obispo católico y presidente del Paraguay, Fernando Lugo; las infidelidades y tardanza de Alejandro Toledo y Carlos Menem para reconocer a sus hijos fuera del matrimonio o las evasivas de Daniel Ortega sobre las imputaciones de violación sexual que le hizo su hijastra.

En los países desarrollados también algunos políticos logran inmunidad sexual. Así sobrevive el italiano Silvio Berlusconi, pese a sus filmadas orgías con menores, o resistió Bill Clinton, argumentando que el coito oral con Mónica Lewinsky no era sexo. Tampoco en estos países del llamado primer mundo se pueden descartar problemas de fraude y corrupción, pero son delitos más perseguidos. En general, la corrupción está más enquistada en la actividad privada que en la administración pública, debido a una mejor cultura de transparencia y más regulaciones sobre rendición de cuentas en el manejo de recursos públicos. Los problemas suceden con más frecuencia en compañías privadas, a través de personajes estilo Madoff o en las multinacionales que sobornan en el extranjero, como la sueca Skanka en Argentina, la noruega Discovery Petroleum en Perú o la la estadounidense Dole en Colombia.

En realidad no importa tanto que la corrupción esté ligada a delitos económicos, libidos desbocados o a faltas éticas; lo importante es que los ciudadanos deben exigir conductas ejemplares, como la renuncia de Weiner, para que se incentive una cultura de mayor honestidad en la función pública.

La gran diferencia sobre la conducta corrupta por mentiras, sexo o dinero, no radica tanto en sus causas, como sí en el nivel de severidad y eficiencia judicial con la que se castiga y trata de controlar.

mayo 23, 2011

“Hasta la vista, baby”


Su frase actoral como Terminator debería ser la lápida que Arnold Schwarzenegger puso sobre su carrera política: “Hasta la vista baby”.

Su peor falta no es un crimen, pero la forma en que manejó su adulterio, manteniendo por 20 años a una empleada y a un hijo extramatrimonial con su propia familia, su esposa María Shriver y sus cuatro hijos, lo hacen una ilícito ético execrable.

A diferencia del supuesto crimen del presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, quien habría intentado violar a una camarera en una suite de un hotel en Nueva York, el adulterio del ex gobernador de California, se transforma en un delito mucho más aberrante por haberlo cometido y consentido dentro de su casa y frente a los ojos de su propia familia.

La violación sexual es uno de los crímenes más aberrantes y degradantes de la raza humana, de ahí que se entienda que Muamar al Kadafi haya usado esta “arma” – y se la haya usado en toda la historia – para dominar a las fuerzas rebeldes, según dieron testimonio varias mujeres violadas en las últimas semanas.

Pero sobre este tipo de crímenes, de hacerse justicia, y aunque la reparación para la víctima jamás servirá totalmente, por lo menos se delimitan responsabilidades y castigos. La sociedad está preparada para lidiar con estos males.

En el caso de Schwarzenegger, su gravedad radica en que no se trata de un delito que puede ser castigado, sino de una severa falta de ética de la cual todas las opciones perjudican a su familia y su entorno. No se sabe todavía cuál era el alcance del conocimiento de su esposa y sus hijos sobre la relación con la empleada doméstica guatemalteca que dejó la casa en enero pasado y su hijo fuera del matrimonio.

Más allá del resultado de los nuevos detalles que aparecerán en uno u otro caso, ojalá que estas faltas cometidas por el ex gobernador y por el ex presidente del FMI, de ser verdad, sean lapidarias para que no puedan ejercer la función pública. Lamentablemente, a otros abusadores, como el caso del italiano Silvio Berlusconi y el ex presidente Bill Clinton, sus abusos sexuales simplemente les sirvieron para allanar el camino hacia otras actividades políticas.      

febrero 12, 2011

Hola impunidad dice Terminator

El gobernador californiano, Arnold “Terminator” Schwarzenegger, más famoso por su secuencia cinéfila que por su logros en la administración pública, y conocido por su popular “hasta la vista baby”, pareciera, en cambio, que al término de su mandato, prefirió decir “hola impunidad”.
Es que a quien se le conoce por reformista y ambientalista, acaba de manchar su reputación de gobernador, ni bueno ni malo, habiendo reducido la sentencia de un criminal condenado a 16 años por el asesinato de un estudiante en 2008. Lo peor del caso, es que a quien perdonó parte de la pena fue a Esteban Núñez, un joven de 21 años, hijo del ex presidente de la Cámara de Diputados de California, el demócrata Fabián Núñez, quien le ayudó al republicano Schwarzenegger a implementar reformas de política pública en materia de medio ambiente.
El gesto de buen samaritano de Terminator, a pesar de que defendió su perdón, porque el asesino no era realmente el asesino, envía un mensaje erróneo a la sociedad. Primero por un abuso de privilegios que tiene un gobernador – al igual que los reyes de las monarquías de estar por sobre Dios y la Justicia humana – y hacerlo en especial antes de su salida no dejando tiempo a la polémica o a que se revierta una decisión tras un intenso debate. Segundo, porque del hecho consumado se beneficia un amigo. Y tercero, lo más importante, porque se tira por la borda la credibilidad del público en la seriedad de la justicia para determinar con firmeza una sentencia.
No creer en la justicia o que haya una “justicia con premios” es una de las debilidades mayores que puede tener un sistema democrático. De ahí, que si miramos a cualquier país, veremos que las democracias más imperfectas son en las que no hay una buena administración de justicia o el Poder Judicial no es independiente al poder político.
Ojalá que los legisladores en California encuentren la forma de reformar las leyes para que los gobernadores – como en cualquier estado o el Presidente a nivel federal – puedan tener esta potestad que termina, muchas veces, en abuso de privilegios. Si alguien debe perdonar, mejor sería que fueran los jueces, a los que se les debería permitir – bajo sugerencia de los políticos mencionados – que reabran un expediente y administren un perdón que sea proporcional al delito consumado y sentenciado.

Tensión entre la verdad y la libertad

Desde mis inicios en el periodismo hasta mi actual exploración en la ficción, la relación entre verdad y libertad siempre me ha fascinado. S...