La combinación entre la crisis de salud y la recesión económica global ha potenciado el debilitamiento de las defensas inmunológicas de países y ciudadanos del mundo entero.
Esta mezcla de crisis resulta un coctel letal para todos. En los países más desarrollados, el desempleo y la pérdida de ingresos están disparando los índices de mortandad a causa del alcohol, depresión, cardiopatías y suicidios; mientras que en los subdesarrollados, el repunte en la cotización del dólar y la falta de recursos, están dificultando la importación de medicamentos complejos como la insulina y vacunas para la prevención.
A su vez, este nuevo fenómeno agrava la saturación de los sistemas sanitarios que deben hacer frente a nuevos virus como la fiebre porcina, la potenciación de enfermedades contagiosas como la malaria, la tuberculosis y el sida, responsables de cinco millones de muertes al año; y los males tradicionales asociados al cigarrillo, al alcohol y el cáncer.
En EE.UU., la mayor potencia del mundo, se calcula que 3,5 millones de menores de cinco años padecen hambre, por lo que no es difícil imaginar lo que sucede en naciones empobrecidas. Ya para el 2008, producto de la escasez mundial de alimentos que estalló con las protestas de Haití, más de 100 millones de personas habían recaído en la pobreza, agudizándose sus problemas sanitarios.
Cuando decaen los ingresos, se revierte un proceso. Quienes antes iban a centros privados de asistencia, no tienen otra opción que acudir a los hospitales públicos, con el consabido recargo del sistema, que provoca el desmejoramiento en la calidad del servicio. La combinación entre mayor demanda de atención y menores recursos disponibles, desemboca en un círculo vicioso como lo muestra la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México en un reciente análisis sobre el esquema de sanidad pública frente a la epidemia de influenza porcina que, de golpe, cuadriplicó el número de pacientes. El organismo criticó desde la carencia de médicos y de infraestructura hospitalaria, hasta los tratamientos inadecuados y diagnósticos deficientes.
En tiempos económicos difíciles las enfermedades suelen proliferar y agravarse, no por condiciones especiales de insalubridad, sino porque la gente tiende a desatender la salud personal y acudir al médico solo en caso de emergencias. En Argentina, por ejemplo, durante la recesión del 2001, se registró una fuerte contracción en los gastos en sanatorios y hospitales del 38% por familia.
Las finanzas están íntimamente ligadas a la salud y hasta en aspectos insospechados. Como ejemplo, vale observar cómo está afectando la reducción del volumen de las remesas familiares que los inmigrantes envían a sus países de origen. Se calcula que el 57% de los fondos que los mexicanos giran desde EE.UU. a sus familias, terminan en el servicio sanitario del país.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe advirtió que la región podría contraerse más de lo debido este año por la gripe porcina en México, situación que se agravará si el virus emigra hacia el hemisferio sur con la llegada del invierno, creando mayores sobrecargas a los sistemas públicos de asistencia médica.
Seguramente, los gobiernos del sur, como Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia adoptarán políticas firmes contra el virus A H1N1 o sus posibles mutaciones, no solo para proteger sus débiles sistemas asistenciales, sino más bien para no trastabillar en los períodos electorales que se avecinan. En sus espejos, tienen el reflejo del presidente Felipe Calderón, quien a pesar de tener que lidiar con un medio de salud obsoleto, tomó firmes decisiones que le valieron la subida de su popularidad, lo que gravitará a favor del oficialismo en las elecciones legislativas de julio próximo en su país.
Si bien las campañas curativas generan mayores réditos políticos como quedó ya demostrado con Calderón, en épocas de crisis sanitaria y económica, el desafío para los gobiernos es mucho mayor. Tal vez como lo hizo Tailandia para salir de su recesión de los 90, los líderes deben adoptar políticas de prevención, reformar los sistemas de sanidad y procurar mayores inversiones. La salud es una buena inversión, ya que genera nuevos empleos, incentiva la innovación y el ciclo productivo, aumentando no solo las defensas de la población, sino también la de quienes se deben someter al voto popular.
3 comentarios:
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