Los fuegos artificiales en la inauguración de los Juegos Olímpicos fueron eso, fuegos “artificiales”, no existieron. Hubo una nena “ventrílocua” que usó la voz de otra, porque se admitió que era muy fea para la televisión. Los trajes típicos de etnias minoritarias, eran de la mayoritaria y nadie cree que la neblina que cubre Pekín sea eso, sino una nube de contaminación que se mide a más de 40 kilómetros de distancia.
Seguro que habrá mayores descubrimientos. Nadie parece muy sorprendido. Después de todo, este es un país que siempre ha tenido problemas con el derecho de autor o de propiedad y tiene acostumbrado al mundo a ofrecer mercancía falsa, desde carteras a relojes, vestimenta a música. Cualquier cosa es copiada fielmente. Fue por eso, tal vez, que Steven Spielberg, renunció a tiempo, no aceptando trabajar en los efectos especiales para la inauguración.
Los efectos especiales no son otra cosa que eso, percepciones, modificación de la realidad, y las autoridades chinas los han utilizado como instrumento propagandístico. Desde hace años sabían sobre la importancia de venderse al mundo, pero nadie imaginaba que utilizarían las apariencias, falsedades, dobleces, disimulos, disfraces y la ficción para demostrar sus avances.
La mina de oro que han encontrado en sus atletas hubiera sido suficiente para mostrarse como una verdadera potencia mundial. No había necesidad de vender una imagen. La realidad es sorprendente en sí misma.
Los ingleses ya no deben tener miedo para el 2012. Aunque realicen una ceremonia menos esplendorosa, si es auténtica, ya superarán a estas “sombras chinas”.
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