La libertad de trasladarse, de reunión y asociación es una de las más preciadas del ser humano, porque tiene raigambre directa con el libre albedrío, esa condición natural con la que Dios nos creo, y la que el comunismo y los regímenes dictatoriales se desviven por reprimir.
El presidente Raúl Castro venía hablando desde agosto en forma inusual de que los cambios que estaba implementando en la isla a nivel económico también deberían incluir una reforma a las políticas migratorias, haciendo más fácil la vida de los cubanos para que puedan salir y entrar con mucho menos restricciones de su país, pero también para que puedan trasladarse sin resquemores ni represalias dentro de la propia isla.
Las esperanzas de todos los cubanos estaban centradas en el discurso que Castro daba ayer ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. Habló de nuevo de las reformas, pero a la hora de dar algún aliciente, se quedó mudo. Es decir, sus omisiones indican que los ciudadanos cubanos seguirán siendo presos en su propio país. Quien quiera salir o trasladarse dentro de la isla, tendrá que pasar por trámites costosos y burocráticos como hasta ahora, y con pocas chances de que se le otorgue el permiso de salida.
Lo más triste, como siempre, es que esta medida restrictiva a un valor humano universal no despertará ninguna crítica en la comunidad política internacional. El gobierno cubano y todos los demás seguirán defendiendo su soberanía a dictar medidas sobre sus ciudadanos, pese a que signifiquen profundas violaciones a los derechos humanos.