No escribo estas líneas para
promocionar una novela, sino para reiniciar. Tras sumergirme por completo en la
creación de “Robots con Alma: atrapados entre la verdad y la libertad”, me
encontré de repente "lleno de vacío". Una paradoja que viví tras
sentirme lleno de ideas, energía y propósito, solo para caer en un profundo
vacío interior.
No es una resaca fácil de afrontar.
Les ocurre a muchos: el maratonista que cruza la meta tras meses de
entrenamiento o el periodista que expone un gran caso de corrupción tras una
investigación arriesgada. Leila Guerriero lo confiesa dolorosamente en una
columna reciente de El País: “Mientras escribo un libro renuncio a una notable
porción de vida, pero cuando lo termino, la vida renuncia a mí”.
Es una sensación desconcertante que
trasciende la fuerza de voluntad o la disciplina. Es química pura: durante el
proceso creativo, el cerebro libera un torrente de sustancias que, al terminar,
cae en picada, dejándonos vacíos. A esta paradoja de sentirse "lleno de
vacío" se suman otras tensiones que ocurren durante el proceso creativo:
la parálisis ante infinitas opciones, el bloqueo del perfeccionismo o la espera
de una inspiración repentina. Picasso encaró esta última con mucha astucia:
“que la inspiración me encuentre trabajando”.
Siguiendo aquel consejo, me he
obligado a escribir, aunque sin un rumbo claro, como antídoto para convocar la
creatividad. Porque escribir, aún en el vacío, es volver a llenarse.
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