Ninguno de mis tres hijos, de 24, 22 y 21 años, votó en las elecciones intermedias de EEUU a principios de noviembre. Cuando me interesé sobre su falta de participación, argumentaron: “No tenía ganas de decidir entre un candidato más corrupto que el otro”; “todos son muy falsos, dicen una cosa y hacen otra”; “mucha negatividad en los debates y anuncios por tv”.
Sus respuestas evidencian la frustración y la falta de interés en la política que tiene el grupo entre 18 y 29 años de edad. La creciente apatía se tradujo en un 20% de participación electoral, una caída considerable desde las elecciones presidenciales del 2008, cuando Barack Obama arrastró a las urnas al 51% de los jóvenes.
Las objeciones de mis hijos pueden ser las de cualquier chico de la región. En Argentina, a pesar de que los jóvenes peronistas y kirchneristas comenzaron a mostrarse más a activos y libres para actuar tras la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, los datos tampoco son alentadores. Una encuesta reciente de la Universidad Católica de Córdoba reveló que un 87% de los estudiantes de escuela secundaria desconfía de los políticos, 73% de la justicia y 57% de la prensa, entre otras mediciones desalentadoras.
Incluso en países con democracias fuertes, como Chile, existe desencanto con la gestión de gobierno en general y con los partidos políticos. Un sondeo en Santiago de la organización País Joven, mostró resultados parecidos a los de Argentina, EEUU, Brasil y Venezuela: un 90% de la juventud desconfía de los políticos y del Congreso, y a un 80% no le interesa votar.
Los incidentes reiterados en Chile sobre violencia estudiantil o la toma de colegios en Argentina para exigir mayores comodidades y mejor educación, muestran atajos que los jóvenes no parecen encontrar en partidos políticos adulto-dependientes o en líderes que no reflejan sus intereses, no responden con pragmatismo e incumplen promesas.
Esta semana en Córdoba, muchos jóvenes se sintieron burlados cuando no se les permitió participar en la Legislatura provincial del debate de un nuevo proyecto de ley educativa como se les había prometido para detener la toma de escuelas.
El recelo sobre las instituciones está potenciado por la falta de oportunidades laborales y económicas del sistema; pero también por las denuncias constantes de corrupción que la justicia parece ignorar. A esto hay que sumarle la escasa instrucción cívica en la escuela, la deficiente participación en los centros de estudiantes, así como el relajamiento de la disciplina escolar, en la que se confunden derechos con normas y orden, y la búsqueda de atajos económicos que derivan en pandillas juveniles, drogas y crimen organizado.
Muchos partidos políticos tienen gran parte de la culpa. No son escuelas de formación, habiendo confundido la participación con la militancia y el debate de ideas con la agitación. El idealismo e ímpetu de los jóvenes es utilizado para armar fuerzas de choque o llenar concentraciones, más que para contribuir a la agenda política. La Cámpora, agrupación de choque manejada por el hijo de Cristina de Kirchner, y los cibermilitantes kirchneristas, son parte de esa ecuación, que se replica en muchas juventudes políticas del continente.
Esta manipulación de los menores pareciera dar la espalda a la Conferencia Mundial de la Juventud 2010 realizada en agosto en México, que pautó políticas de inclusión en varios campos, así como a la ignorada Carta Democrática Interamericana que pide crear programas para la juventud asegurando “la permanencia de los valores democráticos, incluidos la libertad y la justicia social”.
Valores descuidados, por cierto, según un estudio de organismos de la OEA, que reveló que los jóvenes chilenos y colombianos no captan muy bien situaciones que amenazan a la democracia, como el nepotismo, la corrupción o el control de los medios por parte del Estado.
Por ello, incentivar el debate de ideas, plasmar objetivos realizables, así como más instrucción cívica y lectura crítica de los medios, son materias esenciales que le caben a los partidos y a la escuela.
Reganar la confianza de los jóvenes es la asignatura pendiente, evitando que votar y participar sean tareas relegadas detrás de la fiesta de fin de año o la edad legal para beber.
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