El acuerdo para reiniciar relaciones diplomáticas entre Juan Manuel Santos y Hugo Chávez es bueno y era necesario. Los pueblos no tienen que pagar los platos rotos ni las peleas de micrófono entre gobiernos. Las relaciones no tenían por qué estar rotas.
El acuerdo es bueno, tiene puntos específicos y un compromiso de Hugo Chávez de no permitir actividades de grupos ilícitos del lado de su frontera. Es un pacto conveniente, para Santos y más donde todo lo que haga en estos primeros cien días se lo verá dentro de su espacio de maniobra hasta que el tiempo y el cargo pesen.
Pero así de necesario como idílico, el pacto también es ingenuo, sobre todo teniendo en frente a alguien que no mantiene su palabra muy fácilmente. Que no reconoce acuerdos internacionales firmados por administraciones anteriores ni permite a organismos de derechos humanos o veedores o comisiones internacionales entrar a su territorio.
Chávez en cualquier momento rompe o congela relaciones, después de que algo no le guste, como ya ocurrió en cuatro oportunidades… o moviliza soldados a la frontera para hacer la del tero (pajarito de las pampas argentinas que pía en lugares lejanos a su nido en el suelo para despistar a los intrusos o agresores).
Ahora, Chávez, salió de nuevo con la suya del entuerto de tener que permitir o hacer investigaciones para comprobar lo que el ex gobierno de Uribe denunció y lo que también mostró el documental de la televisión española, Los Guardianes de Chávez, que en Venezuela anidan guerrillas de las FARC.
Santos hizo lo que tenía que hacer, no le quedaba otra, y tampoco es tan ingenuo para tragarse cualquier ostra. Uribe seguramente siga buscando a Chávez a través de la Corte Penal Internacional y hasta Santos tendrá que mediar para que no siga la pelea.
Veremos cuánto dura la calma de Chávez, que siempre se aprovecha, con sus bravuconadas, de la situación.
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