A los votos de castidad, pobreza, el Vaticano debería imponer a los obispos el voto del silencio, para evitar que muchos sigan imprudentemente perjudicando a la Iglesia Católica, en momentos que deberían ayudar una imagen que han logrado a desbaratar después de décadas de ocultar problemas de abusos de menores por parte de religiosos.
En esta semana se produjeron declaraciones muy imprudentes, ni más ni menos que del secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, quien estando en Chile dijo que el problema de pedofilia no tiene relación con el celibato, sino con la homosexualidad, catalogando la simple orientación sexual de una persona como sinónimo de delito. El problema, es que además aventuró su declaración apoyándola en estudios científicos sobre los que no reveló ni autores ni trabajos.
Y en México, la cosa no estuvo mejor. La Conferencia Episcopal de ese país aseveró ayer que el abuso tiene que ver con el libertinaje sexual que ha permitido la sociedad, como una forma de justificar que cualquier empresa de hombres siempre puede sucumbir al pecado y excusar el delito que han venido encubriendo y hasta apañando, como el caso del líder de la mexicana Legionarios de Cristo, quien mantuvo una doble vida y abusó de seminaristas.
Dentro de sus nuevas reglas para combatir el abuso a través de la justicia ordinaria y la denuncia policial que hizo pública el Vaticano esta semana, debería expedir una guía sobre la prudencia de la opinión y el necesario recato para que los obispos no sigan contribuyendo a la desconfianza contra los hombres de la Iglesia.
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