El
gobierno venezolano que dirige Nicolás Maduro sigue dando señales
controvertidas a una semana de que Hugo Chávez llegó (¿será verdad?) a Caracas desde
La Habana para seguir con su tratamiento, como si la transparencia no fuera
obligación de la gestión pública.
Maduro
dijo que se reunió por cinco horas con Chávez quien por escrito le habría dado
indicaciones y tomado decisiones en materia económica, política y militar; el
ministro de Información, Ernesto Villegas, expresó que Chávez está teniendo
mayores complicaciones respiratorias, pero que soporta mejor el tratamiento del
cáncer (como si se tratara de dos dolencias sin relación); mientras tanto, el
secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, dijo durante una conferencia
sobre América Latina, que esta próxima semana se sabrá si Chávez estará en
condiciones de seguir gobernando.
El
hecho de que todavía nadie vio a Chávez, excepto por unas fotos de dudosa
credibilidad, y de que tampoco habló, ha aumentado los rumores de que no está
recuperado y que la decisión del Supremo Tribunal de Justicia de permitir la
continuidad del gobierno, pese a su inhabilitación de hecho, es una simple
puesta en escena. La idea siempre fue prolongar un régimen, que sin el líder
máximo, se encuentra totalmente dividido, para darle la oportunidad de reagruparse
y estar mejor preparado antes de entrar a un muy próximo proceso electoral.
Si algo
le faltaba a este gobierno para mostrarse autoritario y sin signos de respeto
por las instituciones democráticas, era demostrar que podía gobernar a oscuras.
Como
todo régimen autoritario y personalista – así ha pasado en la historia con
todos los demás, desde Perón a Fujimori o del derechista dictador Pinochet al
izquierdista general Velasco – sabe que si no se aferra al poder, seguro tendrá
que enfrentar a la justicia en el próximo gobierno.
Por
ahora el chavismo está ganando tiempo, pero ya le llega la hora de tener que
sincerarse.