El cineasta Harvey
Weinstein, el depredador que acosó a decenas de actrices de la talla de
Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow y Ashley Judd, avivó el tema de las víctimas de
corrupción sexual y el manto de silencio forjado en una profunda cultura
machista.
Su caso desnudó que el
machismo y sus vicios asociados, abuso y acoso sexual, está tan arraigado en el
país como el racismo, la drogadicción y las masacres con armas de fuego. Es una
epidemia que se extiende por círculos empresariales, militares y políticos como
lo afirman reportes académicos cada vez más lapidarios.
En EE.UU. y probablemente en
otras naciones desarrolladas, la corrupción sexual es un problema complejo como
la corrupción económica lo es en países en vías de desarrollo. No es que no
existen el robo, la estafa o el soborno, pero están más controlados tras
décadas de crear conciencia y políticas para frenarlos.
En cambio, en materia de
delitos sexuales el nivel de respuesta político y legislativo ha sido lento y
débil. Por mucho tiempo todos miraron para otro lado, incluso las víctimas que
prefirieron no denunciar a los depredadores por temor a aislarse social y
profesionalmente. La actriz Reese Witherspoon lo confirma: “Agentes y
productores me hicieron sentir que el silencio era una condición para mi
empleo”.
Weinstein, del mismo palo y
astilla que el actor y violador en serie Bill Cosby o el prófugo Roman
Polanski, se benefició del encubrimiento de sus pares y del silencio impuesto
mediante amenazas o arreglos económicos. La misma fórmula se usó con los curas
pederastas. Sus jerarcas los reprendían como pecadores, en vez de denunciarlos
por criminales.
En comparación a la
corrupción económica que se subsana tras el castigo y la recuperación de los
bienes robados, la corrupción sexual tiene el agravante que abre heridas en la
psiquis de las víctimas que ni se borran ni sanan con el tiempo. Las guerras
atestiguan que las violaciones fueron usadas como mecanismo de subyugación de
poblaciones enteras.
Los trastornos mentales
asociados a los abusos sexuales, depresión, intenciones suicidas, vergüenza y
culpabilidad, ahondan el silencio de las víctimas. Solo se animan a denunciar a
sus victimarios cuando se dan cambios de contexto.
En el caso Weinstein, el
cambio lo provocó la actriz Alyssa Milano cuando denunció su abuso y animó a
otros a hacerlo bajo la etiqueta #MeToo (yo también) vía Twitter y Facebook. De
inmediato cientos de miles de personas abusadas admitieron su victimización. La
actriz Jennifer Lawrence dijo haber estado “atrapada” en un círculo de acoso
del que recién pudo salir tras convertirse en celebridad.
También le sucedió a Summer
Zervos, una ex concursante del programa de televisión El Aprendiz que en su
momento conducía el presidente Donald Trump. Cuando cobró notoriedad como
candidato, lo denunció junto a otras mujeres por haberla manoseado.
Esta semana
sus abogados intimaron a la Casa Blanca a entregar notas, tuits, fotografías y
cualquier material que incrimine a Trump, incluidas las grabaciones
clandestinas en las que alardea y se daba licencia para tocar las partes
íntimas de las mujeres por el solo hecho de ser famoso.
Además de reconocimiento y
visibilidad como víctimas, la solidaridad de #MeToo y otros movimientos dan a
las personas abusadas valor para denunciar y derribar prejuicios sociales que
le impedían hacerlo en forma individual. El mismo proceso se vivió en América
Latina bajo la etiqueta de #NiUnaMenos, con la que se contagió la denuncia por
los feminicidios, la desigualdad de género y la violencia doméstica.
Lo importante de estas
tendencias sociales es que permiten crear más conciencia sobre el problema.
Además, empoderan a los legisladores y grupos defensores de derechos humanos a
generar más políticas públicas y, al mismo tiempo, sirven para para disuadir y
restringir a los depredadores.
Ojalá que quienes están
detrás de #MeToo y #NiUnaMenos no interpreten que son solo movimientos de
catarsis y sanación colectivas. Deben aprovechar para presionar con
perseverancia por cambios legales y culturales que limiten a los depredadores. Sería
engorroso que la situación se olvide y se tenga que esperar a que aparezca otro
Weinstein para reinstalar el tema en la agenda pública y empezar de cero. trottiart@gmail.com
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