El presidente nicaragüense, Daniel
Ortega, no tiene ni empacho ni vergüenza para tratar de consolidar su
monarquía. De joven pasó su vida a punta de pistola para derrotar las mismas
actitudes que tenía su colega de otrora, el dictador Anastasio Somoza, y él es
ahora quien quiere consolidarse en el poder con una reforma constitucional sin
obstáculos.
Ortega ha hecho posible su
presidencia gracias a un fallo de 2011 de la acólita Corte Suprema que le
permitió su tercera aventura política vedada por la Constitución. Ahora
impedido por otra nueva reelección y acabados los permisos judiciales, su
partido presentó una reforma constitucional que le permitirá, como lo logró
Hugo Chávez en su época, gobernar a perpetuidad burlando varios contrapesos
democráticos.
A fuerza de propaganda,
clientelismo y alianzas con militares, curas y empresarios, y una oposición
débil y en minoría en el Congreso, nadie tiene dudas que Ortega conseguirá
reinar hasta que su salud se quebrante. A diferencia de los triunviratos de la
época sandinista, Ortega ahora gobierna en solitario o bajo la sombra de su
compañera sentimental y espiritual, su esposa Rosario Murillo quien comanda la comunicación
de su régimen, que como estrategia de popularidad no solo mantiene las misiones
sociales y de adoctrinamiento en los barrios, sino también fue artífice de las
tácticas de propaganda de los últimos años para realzar el sentido nicaragüense
de la nacionalidad, la unión y el patriotismo.
Esa estrategia propagandística
de pan y circo, Ortega incluyó el negociado sorpresivo este año con un
empresario chino para crear un segundo canal interoceánico en las Américas para
una eventual competencia al Canal de Panamá, y unas relaciones borrascosas que
creó con Costa Rica, Panamá, Honduras y Colombia, países a los que disputó ríos,
mares e islas.
Ortega no tiene esa vocación
externa de dividir territorios con vecinos, cuando se trata de cuestiones
internas. Sus familiares están cada vez más empotrados en el poder y en las
empresas, mientras tanto sus hijos, como príncipes herederos, se están quedando
con los medios de comunicación y todo aquel proyecto que sirva para blindar
políticamente al régimen.
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