Nunca uno puede salir del asombro cuando se trata del
régimen cubano y de los hermanos Castro. Lejos de hacer un anuncio sobre una
posible transición democrática a futuro, para acomodarse a una América
homogénea que emergió en los ochenta con la irrupción de la democracia, el
presidente Raúl Castro hizo un anuncio como si se tratara de una dádiva al
mundo: Gobernará sólo por cinco años más.
La prensa - hasta la de Miami - trató con total
objetividad y naturalidad el anuncio de Raúl Castro y uno no sabe si se trata
de una formalidad, de una broma de mal gusto o de puro sarcasmo para
contrarrestar el cinismo de la familia gobernante de Cuba.
Raúl anunció que dejaría en el 2018 la presidencia y
dejó a Miguel Díaz-Canel, de 52 años, como el ungido para sucederlo (¿alguna coincidencia
con el binomio Chávez-Maduro?), que para cuando le toque asumir – si es que no
se descarrila y pasa a la morgue castrista de las ideas antes de tiempo – el régimen
habrá cumplido con 60 años ininterrumpidos de dictadura, salpicada por unas
elecciones cerradas en las que solo se elige a diputados, miembros del partido
y autoridades autónomas que tengan la venia de los hermanos Castro.
Raúl calificó la elección de Díaz-Canel de “trascendencia histórica” para
que el liderazgo gobernante se mueva de una forma “paulatina y ordenada”.
Obviamente, una forma muy elegante de decir que la dictadura cubana no tiene
intención alguna de dejar el poder o comenzar con una etapa de apertura
política en la isla.
El hecho de que haya dicho que quiere limitar a los altos funcionarios a
que solo puedan servir por dos términos de cinco años, así como la edad máxima
de los servidores – propuesta que deberá establecerse en la Constitución – revela
el cinismo con en el que el régimen sigue enquistado y burlándose de medio
mundo.