La inminente excarcelación de Casey Anthony, acusada del asesinato en primer grado de Caylee, su hijita de dos años, cayó como balde de agua fría sobre gran parte de la opinión pública estadounidense, que esperaba un fallo contundente y castigo ejemplar.
Hay rabia e indignación y no es para menos. Tras seis semanas de testimonios y sólo unas horas de deliberaciones, un jurado de 12 personas en Orlando no encontró las pruebas suficientes para condenarla y la absolvió otorgándole el beneficio de la duda.
Un veredicto muy duro de comprender para el público, que ya había prejuzgado a Anthony como asesina y que parecía no vacilar sobre su culpabilidad. Es que en tres años a través de los medios, el público fue bombardeado con las mentiras y contradicciones con las que esta madre de 25 años y de vida disipada intentó tapar la desaparición de su hija, cuyo cadáver fue encontrado en un bosque meses después de su muerte en 2008.
La impunidad que dejó el dictamen del martes enfureció a la gente, que reflejó su ira en pancartas, medios y redes sociales como Twitter y Facebook. Muchos condenaron al sistema judicial y reclamaron justicia, aunque como sinónimo de castigo o venganza; sin entender la misión del juez, como bien expresa el axioma que cuelga en paredes de los tribunales: “Quienes trabajamos aquí, solo buscamos la verdad”.
Si se entendiera ese paralelismo entre justicia y verdad, sería más comprensible la labor del jurado y su veredicto. En realidad sucedió que la fiscalía no logró aportar las pruebas suficientes y el abogado defensor plantó dudas razonables sobre las escasas evidencias existentes, como que la niña murió al caer en la piscina familiar y que luego su abuelo, por temor a ser incriminado por el accidente, desapareció el cadáver simulando un asesinato. Nada pudo probarse.
La verdad - en beneficio de las dudas y de la presunción de inocencia del acusado hasta que se pruebe su culpabilidad - fue escurridiza en este caso. De ahí que la justicia o lo que aparenta ser una falta de ella, se sintió dolorosa, como bien lo retrató Jennifer Ford, integrante del jurado que lloró por no haber podido condenar a Anthony como creyó que lo merecía. Pero de creer a probar, esa es la distancia y diferencia entre la justicia y la iniquidad. “No dije que fuera inocente, sólo dije que no había pruebas suficientes para determinar el crimen”, confesó Ford a los medios.
Esa diferencia se diluye aún más por labor de algunos medios, cuyo sensacionalismo ayuda a bloquear emociones y encender pasiones, incentivando a que se condene antes de tiempo o que se haga justicia por manos propias. No es casual que muchos pretendieran pena de muerte ante aberrante crimen, que la familia Anthony haya recibido amenazas o que se prevea protección extrema para Casey cuando sea liberada el próximo miércoles.
Esa confusión entre verdad-justicia y castigo, también ocurrió en estos días con el ex director del FMI, Dominque Strauss-Kahn, después de que una camarera de hotel en Nueva York lo acusó de agresión sexual. Tras mostrarse como botín de caza con manos esposadas, detenido y sin que se presuma su inocencia, los fiscales retiraron los cargos al comprobar que la acusadora había mentido.
La decisión fue tardía, porque el financista hasta perdió su trabajo en el proceso, aunque la justica actuó bien pese a aparentar que falló. Rectificó ante las dudas y la desconfianza en la acusadora. Algo similar enfrentará Strauss-Kahn en Francia, donde una novelista lo denunció por intentar violarla hace ocho años. Caso difícil, considerando que no debe haber evidencias y que la ley penal favorece al acusado cuando existen dudas razonables.
La duda no quiere decir que los delitos no ocurrieron o que no hay responsables, pero sirve para contrarrestar los posibles abusos que se cometerían si se pudiera condenar sin certeza. El sistema sería peligroso e injusto.
Volviendo a Caylee, pese a que el caso quedó impune, se debe reconocer que se hizo justicia en el sentido de que se persiguió la verdad, antes que el castigo. La mayor evidencia en este juicio fueron las dudas; y aunque para muchos no fueron suficientes para cambiar su veredicto personal, lo cierto es que son razonables.