Venezuela
confirma lo que ya nos había enseñado la Primavera Árabe, el Movimiento 15-M
español, el Occupy Wall Street, los universitarios chilenos pro educación
gratuita y los jóvenes brasileños anti mundialistas. Los ciudadanos de a pie,
auto convocados a través de las redes sociales y teléfonos móviles, se convirtieron
en el quinto poder.
Estas
protestas espontáneas trajeron grandes desafíos a los gobiernos. Antes les
bastaba con dominar partidos y sindicatos, fuente de las manifestaciones.
Ahora, las tecnologías de la comunicación hicieron el blanco más esquivo. De
ahí que opten por tres caminos para neutralizar el derecho de reunión: Alientan
más regulaciones de orden público como en Argentina o restringen el internet y reprimen
con brutalidad como en Venezuela.
El
camino está plagado de ironías e hipocresías. EE.UU., el país más despreciado desde
América Latina, es usado de ejemplo. Días pasados, la presidente Cristina de
Kirchner propuso un anteproyecto para imponer orden al derecho de reunión,
justificando lo que observó en Nueva York: Protestas ordenadas y autorizadas.
Su
llamado a la “convivencia popular” tiene sentido común – que el derecho de
protesta de unos no conculque los derechos de otros – pero tal vez sea, más
bien, sentido de oportunidad con la intención de censurar el disenso. Ironía.
Hasta hace poco, al kirchnerismo no le importaba cortar rutas y calles para amedrentar
a opositores y críticos.
Lo
que Cristina no dijo es que en EE.UU. ni la policía ni las fiscalías están sometidas
al poder político, por lo que el gobierno no puede ordenar represión ni
conculcar el derecho de reunión a conveniencia. Son jueces autónomos los que
deciden neutralizar desbordes y vandalismos, si los hay.
Esa
politización de la represión es más notable en Venezuela. El presidente Nicolás
Maduro, arropado de todos los poderes del Estado, es quien la dispone sin
mediación. Manda a las tropas de la Guardia Nacional y a grupos paramilitares reprimir
con balas, mientras ordena a fiscales y a la Justicia dictar cargos criminales
que él mismo dispone a placer.
Así
se lo criminalizó a Leopoldo López, a otros opositores y a estudiantes que por
protestar contra la inseguridad, la inflación y el autoritarismo de Estado, terminaron
presos por terrorismo, delincuencia organizada, traición y otros delitos que se
castigan con decenas de años de cárcel.
Maduro
justifica que la represión sirve para proteger los derechos a la paz y a la
vida. La hipocresía pasaría por alto, si la estrategia de control no fuera
evidente. Pero Maduro censura a la radio y la televisión con leyes que permiten
cerrarlas si trasmiten imágenes sobre las protestas, y a los diarios, más
chúcaros, les impide importar papel para publicar. Neutralizados los medios
tradicionales, la última escalada de censura abarcó a Twitter, Whatsapp y Zello,
herramientas esenciales de los manifestantes.
Al
contrario de su llamado irónico a la paz y al diálogo, Maduro está decidido a
seguir reprimiendo. Esta semana, en el aniversario de muerte de su predecesor,
ordenó socarronamente a la Guardia Nacional que “Candelita que se prenda,
candelita que se apaga”.
Tampoco
no todo es rosa en los movimientos creados por las redes sociales. Como son
parte del contexto, algunos que en ellas actúan, también lo hacen con intención
de distorsionar, manipular o generar anarquía, desórdenes y violencia. Y si a
ello se le suma que los gobiernos tienen ejércitos de ciber militantes con el
objetivo de desacreditar e intimidar a opositores, mentir y neutralizar
protestas, es fácil advertir que las redes sociales pueden convertirse en campo
de batalla y acarrear más problemas que soluciones. Además, si los usuarios no
logran cambiar las cosas, se corre el riesgo de que pueda generarse mayor
frustración e ira de la que se estaba intentando aplacar.
Es difícil predecir lo que sucederá en Venezuela. Pero es evidente que las redes sociales están jugando un papel significativo respecto a los derechos humanos de reunión y de expresión. La capacidad de auto convocatoria y de denuncia de abusos, divulgando fotos y videos que están vedadas a los medios tradicionales, se impone como un nuevo poder capaz de contrarrestar a aquellos gobiernos que pretenden controlarlo todo.