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octubre 10, 2009

Polanski y su última película

La vida del laureado director de cine Roman Polanski es verdaderamente de película. Tiene la trama de un thriller hollywoodense: sexo, alcohol, drogas, asesinato, fuga, persecución y captura.
Lo que resta por definir es el final. Si será plácido y feliz como desean sus colegas del séptimo arte, exonerado de culpa y cargo por la violación de una niña de 13 años que cometió hace tres décadas; o si tendrá un fin turbulento, extraditado a Estados Unidos donde la justicia lo reclama desde 1977 por haberse fugado después de declarase culpable.
Polanski, de 76 años, fue detenido el 26 de setiembre a su llegada a Zúrich y de inmediato se inició una rica polémica. Políticos, cineastas y la prensa europea vieron como exagerada y puritana a una justicia estadounidense que busca corregir tardíamente a un ya regenerado. Mientras tanto, sectores de la prensa y activistas contra la impunidad, celebraron que se mida con la misma vara a ricos y pobres, famosos y ordinarios, y que la justicia, aunque lenta, sea eficaz.
Quienes hacen magia y ficción fabricaron una distorsión para defender a Polanski; quizás porque están acostumbrados a crear personajes que en apenas 90 minutos son transformados de villanos a santos, de culpables a perdonados. De ahí que directores como Pedro Almodóvar, Woody Allen, Costa-Gravas y Martin Scorsese se sintieran ofendidos y exigieran la liberación de su genio colega.
También se sumaron al reclamo actrices como Mónica Bellucci, Isabella Adjani y Debra Winger, quien al decir que “el mundo del arte sufre” por la detención de Polanski, pareciera creer que la genialidad creadora absuelve la conducta depravada.
La industria cinematográfica exoneró corporativamente a Polanski, justificando que no ha cometido otros crímenes desde aquella violación, que su víctima lo perdonó, aunque tras un acuerdo civil-económico; y porque ha soportado una vida borrascosa al perder en la infancia a su madre en un campo de concentración nazi y a su esposa embarazada, Sharon Tate, en manos del tarado asesino Charles Manson.
Así como quienes anunciaron un boicot contra los adeptos de Polanski, muchos no creen, tampoco la justicia (que solo otorga atenuantes), que la turbulencia de una vida excuse un crimen o que la clemencia de una víctima borre lo que dicta un Código Penal. Además, nadie puede sentirse sorprendido que Polanski haya sido apresado, ya que vivía como fugitivo, evitando países con tratados de extradición con EE.UU., mientras que en 2003 desistió de presentarse en Hollywood a recibir su Oscar por “El Pianista”.
Tras la presión de los gobiernos de Francia y Polonia contra Suiza y EE.UU., es posible que Polanski no sea extraditado. Pero quienes claman por justicia no deberían sentirse desahuciados, porque por ahora, al menos, el escarnio público logra una condena moral que revitaliza la conciencia sobre el abuso infantil, incluyendo a países como los latinoamericanos donde el tema no es agenda pública. La captura del cineasta también incentiva a que las víctimas denuncien a los acosadores y es un disuasivo contra otros degenerados.
Recordemos que el caso del presidente nicaragüense Daniel Ortega sirvió para esta causa. En agosto de 2008, la ministra de la Mujer de Honduras, Selma Estrada, renunció por la visita de Ortega a su país, solidarizándose contra el abuso sexual de mujeres y niñas en América Latina. Su reacción potenció la denuncia que desde 1998 hiciera Zoilamérica Narváez contra su padrastro Ortega, por abuso sexual por más de 20 años. Aunque la acusación fue archivada por haber prescrito, muchas mujeres tomaron su causa. Así, con la protesta como arma, evitaron que Ortega asistiera a la toma de posesión del presidente paraguayo Fernando Lugo y objetaron su presencia en cumbres y visitas a El Salvador, Panamá y Chile.
El mensaje para Ortega y Polanski es claro. De no haber posibilidad de justicia, que la deshonra avergüence y duela.
Polanski tiene la opción de crear su propio final. Me temo que si no enfrenta a la justicia real, jamás tendrá la tranquilidad con la que suelen morir sus protagonistas. Pero más allá de la conclusión de la justicia, cada uno de nosotros podrá elegir en su conciencia el mejor final de esta película: feliz o turbulento; culpable o inocente.

abril 21, 2009

¿Lugo puede ser presidente?

Ya se podría hacer una apuesta de los hijos que debe haber concebido el ex obispo católico y ahora presidente del Paraguay, mientras todavía mantenía los votos de castidad que el Papa recién le levantó a fines del 2008. Al reconocimiento que hizo la semana pasada sobre la paternidad de un menor de dos años, ahora se le sumó un reclamo de otra madre que dice que Lugo es padre de otro menor de seis años.

Las propias ministros de su gabinete de las cartera del Menor y Adolecentes y de la Mujer, reaccionaron muy bien tratando de incentivar investigaciones, los mismos algunos partidos políticos que quieren que se investigue si Lugo cometió estupro y de la prensa que ha hecho de este escándalo una cuestión de Estado como debe ser.

Más allá de si hubo delito o no y de la falta moral dentro de la Iglesia, la conducta del Presidente deja en entredicho su honestidad y si la mentira o mentiras cometidas no lo inhabilitan para gobernar, considerando – a pesar de que haya reconocido la paternidad como un acto de transparencia, según él – que su falta de credibilidad lo desacredita totalmente. Lo de él se torna mucho más grave, porque se trata de un acto reñido totalmente con su prédica y al capital que él trajo a la Presidencia: moral.

Un caso como el de Lugo podría desencadenar en su destitución o al menos en su renuncia, claro que ello es difícil que suceda en un continente donde estamos acostumbrados a tener una gama muy amplia de mandatarios y sistemas políticos que terminan siempre cobijando conductas impropias como las del presidente nicaragüense Daniel Ortega, cuyo delito de violación contra su hijastra quedó totalmente borrado.

Robots con Alma: la pregunta desafiante

  Varios reaccionaron al título de mi novela: “Robots con Alma: atrapados entre la libertad y la verdad”. Me dijeron: “Bah, los robots no pu...