marzo 12, 2025

La ironía de la libertad

Existen dos tipos de libertad, la propia y la ajena. Una es la que gerenciamos y depende estrictamente de nuestra conciencia y de las decisiones que tomamos. Podemos estar presos en una celda de máxima seguridad, pero mentalmente libres.

La otra libertad no depende de nosotros. Un dictador cubano puede cerrar su país o una decisión macroeconómica, como la guerra tarifaria emprendida por Donald Trump, puede oprimir nuestro libre albedrío, al ponernos de frente a tomar decisiones de bolsillo para la que no estamos preparados o no tenemos el conocimiento adecuado.

Esta dualidad de la libertad nos enfrenta a una paradoja constante: somos dueños de nuestro mundo interior, pero vulnerables a las fuerzas externas que lo modelan. La libertad propia, esa fortaleza mental que reside en la conciencia, nos permite resistir la opresión y encontrar paz en medio del caos. Sin embargo, la libertad ajena, esa esfera de influencia que escapa a nuestro control, nos recuerda nuestra fragilidad. Los sistemas políticos, económicos y sociales, con sus fluctuaciones impredecibles e incertidumbre, limitan nuestras opciones y condicionan nuestro bienestar. 

En mi nueva novela, “Robots con Alma: atrapados entre la verdad y la libertad” (lista para publicarse) investigo y planteo sobre esta dualidad que las máquinas no sufren. Mejor dicho, no sufrían, hasta que a Dios se le ocurrió dotar de alma y conciencia a los robots. A partir de ahí, lo que parecía un regalo, fue una condena: los robots con alma deben aprender a abrazar la ironía de ser libres y estar encadenados al mismo tiempo.



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