Nunca como ahora en América
Latina se habían denunciado las violaciones a los derechos humanos con tanta
firmeza ni se habían reparado con tanta entereza.
Pero tampoco el sistema
interamericano de derechos humanos había atravesado una crisis tan profunda
como la presente, quedando casi al borde del colapso.
Nada sorprende en este
continente tan predispuesto a las fuertes contradicciones. Por un lado, los
gobiernos democráticos ponderan el sistema conformado por la Comisión (CIDH) y
la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por darle esperanzas a los más
vulnerables de que podrán acceder a la justicia cuando sientan que esta les da
la espalda en sus países.
Pero, por otro, casi como en
las mejores épocas de dictaduras y autoritarismos, cuando las víctimas callaban
por temor a sufrir mayores represalias, los gobiernos no están cumpliendo con
sus obligaciones financieras, negando los aportes necesarios para que el
sistema subsista y sea eficiente.
Esta semana la CIDH hizo un
duro cuestionamiento hacia futuro. Si no recibe los aportes necesarios de parte
de los estados que están comprometidos ante la Convención Americana de los
Derechos Humanos, deberá despedir a 40 de sus 78 empleados.
Aunque alguna magra
partida aparezca, igualmente ya decidió suspender las visitas de investigación
a países, además de sus audiencias de julio y octubre próximo, en detrimento de
las víctimas que ahí presentan sus casos. También afectará casos en curso como
a víctimas de feminicidios en Argentina, homicidios de estudiantes en México, crímenes
de odio en Brasil, rechazo de aborígenes en Ecuador, asesinatos de homosexuales
en EEUU, esclavitud de niños en Bolivia y desplazamiento de campesinos en Colombia.
Ninguna de las crisis que
atravesó la CIDH fue tan seria como esta. No es solo un problema financiero,
sino político. El debilitamiento actual de la organización es el mismo resultado
que persiguieron sin éxito varios gobiernos populistas de la región, en
especial el de Hugo Chávez y el presidente ecuatoriano Rafael Correa.
Las represalias de Correa y
Chávez contra el sistema surgían cada vez se les denunciaba por abuso de poder,
ya sea por tener presos políticos, ejercer fuerza bruta contra manifestantes o
por no permitir que la CIDH visite sus países para confirmar violaciones. Ambos
siempre usaron la excusa de que el sistema era un ariete del “imperio” para
debilitar sus democracias. Propusieron que la CIDH no pudiera recibir
donaciones privadas o de gobiernos europeos.
Correa pretendía una CIDH
más dócil o, en su defecto, crear una nueva institución. No tuvo eco entre
varios presidentes de la región, aunque envalentonó a algunos, como a Nicolás
Maduro, quien cumplió con el objetivo de Chávez, retirando a Venezuela del
sistema interamericano. Su salida, se supo luego, no fue política, sino
económica> De esa forma, el gobierno abandonó la responsabilidad de tener que indemnizar a las
víctimas. Se ahorró 9.700 millones de dólares.
La crisis económica de la
CIDH siempre obedeció a represalias de los gobiernos por opiniones y decisiones
que les resultaban desfavorables. Desde Ecuador que cortó el apoyo porque la
CIDH había opinado contrario a la Corte Suprema de ese país que benefició a
Correa con una demanda millonaria que debían pagarle cuatro periodistas; hasta
la ex presidenta Dilma Rousseff que cerró el grifo, cuando la CIDH se opuso a
la construcción de una represa en el Amazonas que afectaría a tribus autóctonas.
América Latina es como el perro
que gira sinfín para morderse la cola; es un círculo vicioso. Reconoce la
necesidad de defender los derechos humanos porque así el continente se hace más
justo y equitativo; pero, al mismo tiempo, se niega a ofrecerle los fondos y
recursos necesarios para su labor.
Creo que el conflicto
tampoco pasa por los aportes gubernamentales. Los gobiernos también tienen la
obligación de incentivar a mecenas privados de Latinoamérica para que entiendan
la importancia del sistema. El ejemplo más relevante es Ted Turner, el fundador
de la CNN, que en su momento donó mil millones de dólares a la ONU,
resolviéndole a la organización problemas que hasta entonces eran perpetuos.
Salvar el sistema
interamericano de derechos humanos debería ser una responsabilidad compartida
entre el sector público y el privado. Trottiart@gmail.com
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