La atención que despertó la espectacular
captura del Chapo Guzmán en México y de los hermanos Lanatta y Schilachi en
Argentina, validan aquellas líneas de El Principito que “lo esencial es
invisible a los ojos”.
Esa tendencia a irnos por
las ramas hizo que se hable más sobre el túnel del Chapo y la cacería de
película estilo Osama Bin Laden que de lo esencial. Se discute más sobre su
admiración por Kate del Castillo y la entrevista de Sean Penn o sobre la fuga de
los tres narcos argentinos a punta de pistola de juguete, que de la connivencia
del narcotráfico con la política, la justicia y las fuerzas de seguridad.
El papa Francisco ya había advertido sobre lo esencial: La mexicanización de Argentina. Aquel estereotipo – molesto para el gobierno de México, como antes para el de Colombia cuando se hablaba de la colombianización de México - ya no es ficción en Argentina.
El presidente Mauricio Macri tiene razón para justificar una depuración de los cuerpos policiales, penitenciarios y de seguridad, ante la infiltración de los carteles en todas las esferas. Pero no la tiene cuando le pasa todo el fardo a la administración anterior, por más que Aníbal Fernández, ex jefe de Gabinete, manchado por la efedrina y derivados, evidencia el auge del narco en el país.
Los gobiernos argentinos de las últimas cinco décadas, incluido las dictaduras, son responsables. Sucumbieron a la globalización de las drogas; descreyeron del poder de los carteles internacionales; descuidaron las fronteras; permitieron que el país pasara de tránsito a consumidor y productor; omitieron castigar el uso de dineros sucios en campañas electorales y en el sistema financiero; e hicieron la vista gorda al narcomenudeo y las peleas cotidianas del narco por disputarse territorios.
Lo de Sean Penn y la Reina
del Sur no es esencial en esta historia, pero sintomático. Idolatraron a un
asesino y narco que, como buen samaritano estilo Pablo Escobar, se las ingenió
para engañar a medio mundo, haciendo obras de infraestructura y caridad con los
pobres, y cosechando voluntades ante la ineficiencia del Estado.
La discusión sobre si Penn es o no periodista, es aún menor. Más allá que su condición de actor le abre puertas, es periodista. Hizo una entrevista, la publicó la revista Rolling Stone, así como antes se publicaron sus charlas con Fidel Castro y Hugo Chávez. Lo esencial es si fue un buen trabajo periodístico. No lo fue. Hizo propaganda. Se dejó deslumbrar por un “caballero” que lo recibió con carne asada, tequila y que se jactó de ser el mayor exportador de marihuana, heroína y metanfetaminas del mundo. No lo cuestionó. Se olvidó de sus asesinatos.
Diferente trabajo hizo el periodista Jorge Lanata. Cuando presionó en su entrevista a Martín Lanatta en la cárcel, consiguió confesiones y evidencias sobre negocios del narco. Eso fue periodismo.
Yo comparto la actitud de
muchos periodistas mexicanos de prestigio que se han negado a entrevistar al
Chapo, así como en Colombia en algún momento los periodistas dejaron de seguir
entrevistando a guerrilleros y narcos para no engrandecer su popularidad y evitar
la apología de sus crímenes. Pero sobre todo, porque el Chapo es responsable
directo de docenas de asesinatos de periodistas, quienes jamás tuvieron los
privilegios que se le concedieron al actor.
Lo esencial será ver como el
niño travieso de Hollywood y la Reina del Sur se libran de las autoridades
estadounidenses. Entrevistar a uno de los mayores asesinos de la historia no es
ilegal, puede ser inmoral en todo caso. Lo que sí es ilegal es haber transado
la posibilidad de producir su película biográfica, un negocio que, como
cualquier otro, la ley prohíbe con todo aquel que esté registrado en la lista
negra de los narcotraficantes, como es el caso del Chapo.
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