domingo, 24 de enero de 2016

De blanco a gris oscuro

Cuando creíamos que por los sobornos en el fútbol y el consumo de esteroides en el atletismo habíamos perdido la capacidad de asombro sobre la corrupción y el engaño en el deporte, esta semana nos volvimos a sorprender por las denuncias contra el deporte de blanco.

La noticia cayó justo al inicio del Open de Australia. El estruendo lo provocó una denuncia periodística de la BBC y BuzzFeed. En la última década, unos 16 tenistas profesionales del top 50 pactaron perder sus partidos para beneficiar a las mafias rusas e italianas de apuestas.

El escándalo no apunta tanto a los tenistas o a las mafias que exigen resultados previsibles mediante partidos arreglados, sino a que los dirigentes, sabiendo de la corrupción y teniendo identificados a los tenistas, prefirieron tapar las evidencias para guardar las apariencias. Léase, no espantar a los sponsors o perder derechos televisivos que hacen de esta disciplina una de las más rentables.

Tras la denuncia se comprueba que encubrir la realidad produce el efecto contrario. Por no haberse hecho justicia con los malos, hasta los buenos han quedado bajo sospecha. En un deporte en el que un solo individuo maneja el destino del partido, ¿qué espectador no dudará ahora si un partido está o no amañado?

El tenis perdió el partido de la credibilidad. La confianza está destruida y costará restablecerla si los dirigentes no investigan a fondo o insisten en que no tienen pruebas para sancionar. Las dudas sobre la Asociación Profesional de Tenis no ayudan, son de vieja data. André Agassi ya las había planteado en Open, su autobiografía de 2014. 

Confesó que tras dar positivo en un control antidoping, los dirigentes miraron para otro lado permitiéndole ascender en un torneo. La prioridad fue el negocio, no el deporte.
Este tipo de encubrimiento también fue evidente cuando, “por falta de pruebas”, no se sancionó a una de las estrellas top 10, Nicolay Davidenko, tras retirarse por lesión de un match contra el argentino Martín Vasallo Arguello en 2008. Aquel partido detonó las alarmas de los arreglos y condujo a la creación de un tribunal de disciplina que terminó enfocándose en los más rezagados del tenis, cuyas faltas no hacen tanto ruido como lo harían las sanciones contra la élite.

La corrupción en el tenis era un secreto a voces, pero faltaban los detalles. En un primer momento, las autoridades y tenistas en Australia se mostraron sorprendidos y guardaron las apariencias ante la denuncia. La ficción duró solo unos instantes, hasta que, por suerte, llegó la confesión más contundente. El número uno, Novak Djokovic, reveló que en 2007 le ofrecieron 200 mil dólares para perder un partido.

Ya no hizo más falta que la BBC y BuzzFeed trataran de demostrar que su denuncia estaba basada en investigaciones sobre el análisis científico de los resultados de 26 mil partidos en la última década, en información filtrada e intercambio de miles de correos electrónicos entre tenistas, apostadores y mafiosos. Djokovic dio credibilidad a la denuncia: En el circuito existen arreglos de partidos y las mafias acechan.

Por razones legales la BBC y BuzzFeed no identificaron a los tenistas, pero sí dijeron que la Asociación tiene identificados a los 16, ocho de los cuales están o estuvieron jugando en la presente competencia de Melbourne. Inmediatamente, Roger Federer y Andy Murray pidieron deslindar responsabilidades. Reclamaron nombres, por el bien y la credibilidad del tenis y el circuito.

Les llegó a los dirigentes la hora de sincerarse y entrar en el proceso de limpieza, como lo han hecho otras disciplinas deportivas. Deberán revisar no solo los torneos mayores, sino también los menores y de juveniles donde los mafiosos “educan” a futuro. Y como les gustan tanto las apariencias, deberán revisar si no es conflicto de interés mantener a las casas de apuestas como sponsors de grandes torneos, incluido el Open presente.

Sin embargo no todo el trabajo de limpieza lo deben hacer los dirigentes y jugadores. Para el bien de la afición y el tenis, es de esperar que así como sucedió con la FIFA, la justicia de algún país actúe de oficio. Los partidos amañados por sobornos mafiosos son corrupción de alto voltaje. Estos delitos no pueden quedar al simple arbitrio de un tribunal de ética deportiva. 

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