Argentinos y venezolanos empiezan nuevas
etapas políticas. Optaron por países más serios, sin estridencias ni revanchismos.
Erradicar la corrupción, combatir la inseguridad y crear bienestar y desarrollo
son objetivos en común.
Cristina Kirchner y Nicolás Maduro aceptaron
la derrota en las urnas, aunque por sus acciones, no reconocieron la victoria
de la oposición. La ex mandataria se fue a los carterazos, criticando al
presidente Mauricio Macri y a una justicia que nunca pudo dominar y a la que le
teme, dejando una estela de nombramientos interminables y arcas vacías para empantanar
el nuevo modelo.
Venezuela tiene un panorama todavía
difícil, pese al rotundo éxito de la oposición en las legislativas del domingo.
Maduro fue sentenciado en las urnas, pero sigue. Ya anunció que vetará
cualquiera ley que emerja del nuevo Congreso opositor. Pero de aquí a enero,
cuando asumirá la oposición, nombrará 12 jueces chavistas a la Corte Suprema,
para neutralizar al nuevo Congreso.
Maduro de poca autocrítica, ya acusó de
su derrota a la “guerra económica” y al avance de “las nuevas oligarquías
latinoamericanas” (por aquello de Macri), y teme que los diputados quieran
darle la estocada final, ahora que está insolvente y sin apoyo militar ni popular. Los 112 diputados opositores podrían legislar
a su gusto, crear una ley habilitante, llamar a plebiscito para reformar la Constitución,
destituir funcionarios y plantear juicios políticos.
Sin embargo, mejor sería que adopten la tónica del gobernador opositor
Henrique Capriles, que pidió una legislatura que esquive “la venganza” y se
dedique a procurar justicia. La oposición tiene que pensar que su fuerza, ahora
monolítica y exultante por la victoria, puede ser pasajera. Después de la
práctica del poder, cuando lleguen las primeras fisuras entre partidos de
izquierda y derecha, el chavismo estará acechando como siempre. Tratará de comprar
votos o amenazará con desafueros y cárcel, fiel a su estilo.
Por los primeros discursos de Macri, se entiende que no será un
gobierno revanchista y que tiene en mente a todos los argentinos. Se valora aún
más su decisión de ser implacable contra la corrupción, sin privilegios para
nadie, tal vez el punto de quiebre con Cristina y lo que provocó la telenovela
de la transición del mando.
A diferencia de Venezuela, Macri tiene frente a sí equilibrio de
poderes. Un Congreso en el que tendrá que hacer alianzas y una justicia
independiente a la que prometió no contaminar. La gobernabilidad le será
difícil, pero de eso se trata la democracia. Tendrá que buscar consensos,
respetar a las minorías y ojalá termine con la política habitual del Ejecutivo
de castigar y premiar con fondos públicos como si fueran propios.
Lo más importante para los nuevos dirigentes en ambos países, es que
deberán crear institucionalidad e incentivar la independencia y equilibrio de
poderes. El estado de Derecho es la garantía indispensable para empezar a crear
confianza y desarrollo. Las inversiones extranjeras y el crédito volverán
cuando se deje de expropiar por ideología o conveniencia, se incentive la
producción privada, se construya infraestructura pública y haya reglas de juego
claras y transparentes.
El sinceramiento de las estadísticas públicas es de las primeras
medidas que deberán adoptar. En Argentina el gobierno las manipuló y en
Venezuela las escondió, como si evadiendo los datos de la inflación o la
pobreza, hubieran podido evadir la realidad.
Venezuela tiene retos mayúsculos comparados a Argentina. Maduro es un
cero a la izquierda en eficiencia administrativa y ha matado a la gallina de
los huevos de oro, la estatal petrolífera PDVSA. No ha diversificado la
economía más allá del petróleo, al cual todavía usa como como mercancía para
exportar una ideología retrógrada que solo acarrea divisiones a quien la
abraza.
Macri sabe
de desarrollo y tiene delante de sí un mundo de posibilidades. Debe poner la casa
en orden y ofrecer gobernabilidad, un atributo esquivo y todavía inmaduro desde
que se ganó la democracia en 1983.
Más allá
de izquierdas o derechas, argentinos y venezolanos sentenciaron en las urnas
que están cansados del infantilismo político de las últimas décadas. Quieren países
en serio y estables, donde todos puedan soñar su futuro. Esa es la esperanza. trottiart@gmail.com
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