A más de 100 dólares el
barril el año pasado o ahora a menos de 50 dólares, el petróleo sigue siendo la
gasolina que mueve al mundo. Influye en la geopolítica, transforma las
relaciones diplomáticas y cambia nuestros hábitos de consumo.
Con menores ingresos por
venta de crudo, a Vladimir Putin le resulta difícil mantener sus sueños por Ucrania
y al gobierno de Irak detener el avance de los terroristas del Estado Islámico.
El precio bajo permite a China reducir a la mitad su déficit comercial y en EEUU,
con una gasolina que cayó de un dólar a 50 centavos el litro, los consumidores gastan
la diferencia en gadgets y restaurantes, aunque también en camionetas de alto
consumo, lo que pone en jaque los esfuerzos contra el calentamiento global.
La decisión de la Opec de mantener
la producción alta y, por ende, los precios bajos, tiene efectos
inconmensurables. Las nuevas relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba que
iniciaron Barack Obama y Raúl Castro, impensadas meses atrás, fueron
precipitadas por la caída del precio del crudo. Los Castro se volvieron más
prácticos al quedarse otra vez sin flujo de caja, desde que observaron que la
exportación de algo de los 100 mil barriles de petróleo que les regala el
gobierno venezolano no tiene mayor impacto en sus finanzas. Advirtiendo que
Venezuela ya no les resulta útil, así como antes descartaron a sus benefactores
históricos, Rusia y China, los Castro se acercaron a su eterno rival, EEUU, su
última y única carta de sobrevivencia.
Más drástico es el caso de
Venezuela. El presidente Nicolás Maduro pasó de ser protagonista a tener
influencia mínima en América Latina. En su nuevo papel de pordiosero, aprovechó
esta semana foros del Alba y Unasur - creados por Hugo Chávez en épocas de
esplendor petrolífero - para pedir a sus aliados que influyan ante EEUU por una
“diplomacia de paz” y así recibir el mismo trato que el “imperio” le prodiga
ahora a los Castro.
Lejos de lograrlo, en el
frente interno Maduro disfraza su ineficiencia administrativa achacándole todos
los males al gobierno estadounidense, al que acusa de propiciar la caída de los
precios e iniciar así una guerra económica con el fin de derrotarlo. Ya nadie
se traga el anzuelo. Las colas interminables y el desabastecimiento de carne de
pollo, tampones o baterías para autos, fueron siempre característica intrínseca
del chavismo, aun cuando el barril de crudo se cotizaba por arriba de los 100
dólares.
La adicción al petróleo
condenó al chavismo a su autodestrucción. La caída del precio no tendría mayor
impacto si el gobierno hubiera apostado a la diversificación económica. En
cambio, malgastó recursos. Se dedicó a vender ideología y comprar alianzas para
pelear contra EEUU en todos los frentes, sin advertir que la perorata
ideológica, al mejor estilo cubano, no es suficiente para mantener ni a un régimen
ni a un país.
En épocas de vacas gordas, Chávez
y Maduro no ahorraron pensando en el futuro. Malgastaron recursos, no
construyeron infraestructura, no diversificaron industrias, no invirtieron en
educación especializada. Al contrario, mataron a la empresa privada, hicieron
propaganda con educación y salud de cuarta, polarizaron y crearon mayor
desigualdad entre clases sociales.
Distinto panorama tendría
Venezuela si el gobierno en lugar de imitar al retrógrado y fracasado modelo
cubano, hubiera mirado hacia los emiratos árabes, donde se comprendió que el
petróleo es una materia prima agotable. Hoy los venezolanos gozarían de puentes
y carreteras, industrias variadas, empleo, educación de primer mundo y menos
pobreza.
El chavismo no es el único
gobierno que deberá pagar factura histórica por haber malgastado tanta riqueza.
Además de la malograda PDVSA, la mexicana PEMEX y la brasileña PETROBRAS también
están condenando la ineficiencia de Enrique Peña Nieto, Dilma Rousseff y a sus
antecesores. Recién ahora, en época de vacas flacas, cuando no hay dinero
público para gastar y se debe raspar la olla de estas empresas, salió a relucir
cuán profunda, arraigada y protegida está la corrupción en América Latina.
Es evidente que el precio del crudo tiene influencias geopolíticas insoslayables, pero no hay que dejarse engañar. La cruda realidad es que la mala administración pública de este recurso es lo que tiene mayor impacto negativo en nuestras sociedades.
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